El cielo prometía una mañana lluviosa entonces apuré mis pasos por la Azurduy, la Abaroa y finalmente trepé la calle La Paz, por Huayrapata, me detuve frente a una pequeña tienda y pregunté dónde vivía Nanet Zamora. Antes de ese día, conversé con él durante algunos minutos mientras esperábamos la premiación a los ganadores de un concurso de dibujo y pintura. Fue cuando acordamos la entrevista y sin comprometer a la memoria pidió que le haga recuerdo. Conocí sus cuadros así como quien conoce el cielo en una postal, mi apreciación sobre ellos no pasaba de una ensoñación ignorante. Acercarse a este artista en sí representaba un desafío, sentía que su obra desafiaba ciertos prejuicios que hasta entonces yo había construido. Correspondía ser puntual ese lunes de octubre. Toqué el timbre -oculto detrás de la puerta del jardín- cuando el reloj marcaba las 10 en punto. Casi inmediatamente salió Nanet Zamora y me invitó a entrar. Cruzamos un corto pasaje, ahí se escondía el Toyota ...