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Mostrando entradas de septiembre, 2018

DORMIR CONTIGO

Habituado a ver los mismos rostros mientras duermo, un día ingresó una mirada desconocida que detenía su respiración y festejaba su brillo. En este mundo de espejos todo parece igual, incluso las repentinas caídas que no tienen fin. La peregrina se abrió paso para obligarme a dar vuelta. No reconocí su luz ni la sombra que proyectaba sus ojos A pesar de las anchas avenidas y los rascacielos, nada cambió, al final y como antes, me senté en una banqueta desde donde observé a quienes transitan en mis sueños. Te acuerdas, cuando nos conocimos simulé tener prisa hasta que me detuvo tu contemplación que sin verla sabía que estaba ahí, insististe y planteé desafiar tu atrevimiento para huir con hidalguía, mas, tu forastera vigilia -que parecía perdida- fue lo único nuevo que encontré y me retuvo en este espacio eterno. Pasé raudamente por el Prado y corrí entré la prisa de los autos y el barullo de la confusión… llegué a la plaza y aún esperabas… nos hallamos y desde ento

Una reducida aproximación: UN BUEN MORIR (TEATRO DE LOS ANDES)

Foto gentileza Correo del Sur Es peligroso ocuparse de la muerte porque al final terminamos hablando de la vida. La última obra del Teatro de los Andes, “Un buen morir”, se afana en describir, en distintos tiempos, los últimos minutos de una mujer que voluntariamente decide morir para no dejar en el abandono a su pareja. La obra en su construcción es un poema que se hace carne en los diálogos, la música, la escenografía y las luces, o sea, la puesta en escena es un poema. Dos personajes se enfrentan para hacer de su relato un caos, a veces poco entendible y comprensible, mas, de su desesperación, surge la deconstrucción de memorias que les lleva necesariamente a preguntarse por qué están juntos. Los poemas de Alex Ayllón remozan la identidad del Teatro de los Andes porque además de ayudar a plantearse nuevas emergencias, le facilita despedirse de los amigos, esto es elucubrar historias que se enfrenten a sí mismas. Es un nuevo tiempo donde aún huele el muerto, un ti

ADRIÁN

Despertó sin ganas de ir a la escuela. -No estás enfermo ¡levántate!- -dijo su padre- en tanto ajustaba la corbata verde con vivos amarillos. Siguió la rutina de todos los días. Botó el pijama en el piso, se puso lentamente el pantalón azul, después la camisa de cuadros, los calcetines negros, las zapatillas de ojal; orinar y bostezar al mismo tiempo representaba para él terminar de dormir. Inmediatamente, lavarse la cara y arreglar el pelo con la punta de los dedos. Calentaba la palma de su mano con la tasa de Toddy con leche, a la vez de empujar con la otra mano la marraqueta alrededor de la panera. De rato en rato, la pequeña perrita rascaba su rodilla para pedir un pedazo de pan. La radio y la tele apagadas, las camas tendidas, vacío el lavadero y en el centro del patio dormía, pansa al sol, su querida gata Naranja. Recorrió la casa y comprobó que las habitaciones permanecían cerradas. En menos de un minuto se lavó los dientes. Con el maletín de cuer

DECONSTRUCCIÓN DE MEMORIAS

¿Qué buscan estas fotos?  Ronda la pregunta desde hace muchos años y como siempre se desmenuza en la cautela de la luz y la sombra. A veces, las imágenes únicamente impresionan y sirven para alardear en el interminable maquillaje del ego, es el autor y su foto muerta. Esta obsesión por desconfiar de la memoria, lleva a la locura de humanizar incluso a la mierda dispersa por la calle. Todo se registra en la cámara o en el celular e inmediatamente las imágenes compiten en la nube cual si fueran sumos y son los aplausos y la rabia que las confinan a vivir sin cuerpo y sin alma. Tristes fotos que perdieron su libertad. La foto malgasta su relato cuando el autor se afana en hacerla bonita, cuando se la disfraza de postal. Entonces todo está perdido. Hoy, la intimidad es vejada y puesta a consideración. Esquivo a la fotografía del espectáculo que, arropada de interminables panorámicas, de luces de neón y bisutería, ingresa a la pasarela vestida de maniquí. Ta

MALAS LENGUAS

-¡Al final, a quien le importa lo que pienso! dijo Brenda, luego de tirar la puerta de su habitación. -A nadie, contestó Ivonne desde el comedor, mientras revolvía el café con leche. -Ahora, únicamente queremos escuchar nuestra voz, sentenció a su hija. Entonces recordé la advertencia de una profesora de literatura cuando le señaló con el dedo índice a un compañero. - Usted, por su lengua, lo perderá todo en la vida.