Dejar caer la última carta sobre la mesa en señal de victoria o rendición, expresa el fin de algo y el inicio de otra partida, similar a migrar que no es lo mismo que viajar. Es una peligrosa apuesta que se intimida con las primeras luces que de apoco se extienden en el horizonte. Entonces la valentía se encoje en su afónico estruendo. Ahora, aquí, tu caminar y tu olor te delatan, canjearán tu nombre y tus miedos. Con todo, quizás -si al final de la cuadra aún la conservas- tu memoria recree tu rostro entre las malolientes calles, entre la estridencia de los minibuses y los mercados, entre la bruma del sol que incinera tus ojos y en las escalinatas interminables que, como mástiles, hacen de ti su bandera. Te acuerdas, te encontré en la última parada del micro X1, camino a Ravelo. Salté del micro con mi cámara Nikon y tú –desde abajo- preguntaste al chófer “a qué hora irá al (mercado) campesino”, luego te resignaste ante el silencio maleducado y te quedaste parada en el bo...