Esa mañana, tardó el sol en salir. Emilio esperó sentado en la puerta de calle, en tanto yo, cambiaba el pañal de su hermano. -Ya sale el sol, ya sale el sol -dijo Emilio y entró corriendo al cuarto- Se abrigó con el saco dominguero, se puso la visera azul y volvió a la calle. -Apúrate mamá, ya sale el sol. -Volvió a gritar- Tendí a la wawa en el aguayo, la cargué a mi espalda, agarré la bolsita de plástico y cerré la puerta. Estaba aún lejos, el sol se asentaba de a poco en la ciudad, podíamos darle alcance si nos apurábamos. Bajamos a tientas esquivando piedras y lodo, mientras los perros ahuyentaban a otros perros, así llegamos a la carretera. El sol se acercaba. Caminamos sin decir nada durante muchas horas, el cansancio se hacía en el aliento de Emilio que prefirió custodiar a mi sombra desvanecida. La transpiración de la wawa se evaporaba y su olor envejecido aprisionaba mi espalda. Las chinelas rosadas parecían pr...