Lo encontraron desnudo, recostado en una mesa de carpintería. Las piernas y los brazos laxos extendidos en forma de ex; el busto con quemaduras de cigarrillo y cortes finamente realizados a ultranza, dejaban ver hileras de grasa. Del dorso sobresalía la punta de una costilla rota. Los testículos y el pene fueron mutilados, quedaba como testimonio un coagulo agusano donde las moscas murieron ahogadas. De la cabeza, que aún se batía como péndulo, se desprendían mechones recubiertos de sangre rancia, los ojos abiertos dejaban ver con facilidad el grito estéril. La piel amarilla, con matices verdes, brillaba gracias a los hilos de luz que desquebrajaban las rodillas y manos. Los dos policías que descubrieron el cuerpo permanecían en el lindero de la puerta, las sombras, que producía la luz blanca transparente de los celulares, parecían ir detrás del goteo insistente que llegaba de algún sitio. El sargento Freddy Méndez, al ingresar, cubrió su boca con un pañuelo desechable, la feti...