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TRIBULACIONES DE UN DESGRACIADO

 





Lo encontraron desnudo, recostado en una mesa de carpintería. Las piernas y los brazos laxos extendidos en forma de ex; el busto con quemaduras de cigarrillo y cortes finamente realizados a ultranza, dejaban ver hileras de grasa. Del dorso sobresalía la punta de una costilla rota. Los testículos y el pene fueron mutilados, quedaba como testimonio un coagulo agusano donde las moscas murieron ahogadas. De la cabeza, que aún se batía como péndulo, se desprendían mechones recubiertos de sangre rancia, los ojos abiertos dejaban ver con facilidad el grito estéril. La piel amarilla, con matices verdes, brillaba gracias a los hilos de luz que desquebrajaban las rodillas y manos.

Los dos policías que descubrieron el cuerpo permanecían en el lindero de la puerta, las sombras, que producía la luz blanca transparente de los celulares, parecían ir detrás del goteo insistente que llegaba de algún sitio. El sargento Freddy Méndez, al ingresar, cubrió su boca con un pañuelo desechable, la fetidez del ambiente dificultaba la respiración. Se acercó a la mesa, estiró el brazo, sostuvo los cabellos con la punta de los dedos y apuntó con el celular al rostro.  

-¡Es él! el que buscamos! -gritó el uniformado.

No perdió tiempo en cumplir el procedimiento paramédico porque con verlo era suficiente constatar que fue asesinado.

-Llama al jefe y dile que encontramos al candidato. No des más detalles, no digas si está vivo o muerto porque los giles de la central informarán ese rato a los periodistas.

Dicho esto, se puso a buscar en los dedos, en las muñecas y en el cuello del difunto anillos, collares y el reloj dorado que presumía con orgullo indisimulado durante la campaña. Al no pillar nada, revisó la dentadura; únicamente las muelas cariadas resistían a la muerte. En eso, volteó el cuerpo y quedó estupefacto al ver que un pedazo de palo permanecía incrustado en el ano. Las sirenas despertaron a Méndez de su levitar

Como es habitual en estos casos, la parafernalia periodística se apropió del escenario y en cuestión de segundos la noticia se viralizó en las redes sociales y los medios de comunicación, “¡¡Urgente!! Encontraron sin vida a Federico Contreras”, “Asesinaron al virtual alcalde”, “La tortura precedió a la muerte de Federico”, decían los principales titulares. La noticia sacudió el mundo político porque el bloque opositor al gobierno se quedó sin candidato en las elecciones municipales programadas para al día siguiente, lo grave del asunto radicaba en la imposibilidad de sustituirlo por otro.

Ante el inesperado panorama, Casimiro Céspedes, candidato del partido oficialista, no tenía más rival que el voto en blanco.  Atrás quedó la advertencia de Federico cuando solía decir que ni el cobarde puñal evitaría su triunfo; la gente aplaudía y vociferaba sin control ¡¡Fede, Fede, Fede el pueblo te protege!! Los dirigentes del partido amarillo se preguntaban ¿A quién le interesa que Federico esté fuera de la contienda electoral? “Por supuesto que al gobierno. A ese nivel llega su angurria”, decían sin ocultar su rabia ante la inminente victoria de Céspedes, un personaje desconocido en el ambiente político, si algo se sabía de él era su afición por la pelea de gallos y el juego de la taba.

El informe forense concluye que la causa de la muerte fue por shok hipovolémico, a partir de entonces se especula sobre los probables motivos que condujeron al asesinato. El reconocido criminólogo, Augusto Aponte, lanza dos hipótesis: el primero sostiene que el móvil de la muerte pudo ser pasional, esto por la forma en que cercenaron el pene y los testículos, además por el desgarro del ano. La otra hipótesis indica que el secuestro y la tortura extrema hacían ver que la causa podría estar relacionada con el ajuste de cuentas. Siguiendo ambas teorías, la fiscalía descarta que el gobierno esté comprometido en el asesinato de Contreras.

Al cabo de tres semanas, el comandante de la Policía Nacional, Walter Menchaca, ante la insistencia de los periodistas, admite que es imposible saber quién o quiénes mataron al candidato opositor porque “lamentablemente” se lo encontró muy tarde, diez días después de su muerte, “De acuerdo a este informe, el licenciado Federico falleció el día que reportaron su desaparición”, según el responsable de la investigación, ese tiempo fue suficiente para eliminar las pruebas y huir del país.

El sargento Méndez, fue separado de la unidad de inteligencia, a más de ser obligado a sacar vacaciones por treinta días y cambiar el número de celular. En el informe que presentó a sus superiores, recomienda seguir varias pistas que dejaron los autores, entre ellas, colillas de cigarrillo, vasos desechables y, lo más importante, “el informe forense devela que se hallaron restos de piel en las uñas de la víctima”.

Tres meses después, la policía cierra el caso y Freddy Méndez es desvinculado de la institución. Lo más inexplicable del tema es que los familiares de Federico ni los dirigentes de la oposición objetaron la decisión policial.

I

Se anticipó el amanecer de un jueves en la casa de Federico. Saltó de su cama arrebatado ante el estruendo de vidrios, una piedra traspasó la ventana con un papel pegado que decía ¿Te acuerdas cuando me obligabas ir al baño y metías tus manos dentro de mi pantalón? Botó la piedra al jardín y, luego de encender un cigarrillo, quemó el papel al que contempló con pavor mientras se extinguían las cenizas.

Semanas después, Federico y su amante despiertan desconcertados ante el insistente llamado de las campanadas. La curiosidad los saca de la habitación y salen de su casa en distintas direcciones; pero como todos los caminos conducen a Roma, se encuentran “por casualidad” en la puerta de la iglesia atiborrada por una multitud de personas. Se abren paso para saber lo que ocurre.

-Soy periodista, déjenme pasar, -dijo ella.

Crucificaron al sacerdote Eloy Urcullo en la puerta del templo. De espalda a la plaza de la ciudad, resalta el culo desnudo y el tabique incrustado en el ano, las piernas acumulan marcas de látigo, una bala perforó la nuca dejándola como flor.

Nunca se encontró a los autores, la iglesia católica no presentó cargos y la policía archivó el caso al poco tiempo. Se supo que el cura recibía amenazas de varios exalumnos del colegio que dirigía.

Federico fue compañero de Eloy en el seminario sacerdotal. En esa temporada, ambos mantenían una relación estrecha con sus superiores y en especial con el obispo Alfonso de León de La Presa que se suicidio ante las graves denuncias de pedofilia que pesaban sobre él. Luego de algunos días del deceso, Federico fue expulsado del noviciado y a Eloy lo transfirieron al seminario mayor de Santiago de Chile, donde fue ordenado sacerdote. Años después, se encontraron en el bautizo del único hijo de Federico, sellaron nuevamente su amistad con la creación de la cofradía “Padres católicos de la Santísima Trinidad”.

Durante la campaña electoral, Federico no dio importancia a cientos de amenazas que le enviaban a través de mensajes de texto, llamadas telefónicas y grafitis en la pared de su casa, los relacionaba con la guerra sucia promovida por el gobierno, no obstante, la pregunta que destrozó la ventana ¿Te acuerdas cuando me obligabas…? estaba en él como una ola perenne

II

…Sí, fui la amante de Federico, aunque no es correcto que usted no pregunte cómo me llamo y cuál es mi profesión.

Nuestra relación comenzó en la puerta del Tribunal de justicia, me acerqué a preguntarle sobre temas políticos de actualidad, pero él no quiso hablar… percibí que sus labios estaban hinchados, cubría con la mano el pómulo derecho; pero no pudo ocular el hematoma. Entonces le pregunté qué pasó, me contó que su esposa le golpeó y que por ese motivo estaba presentando la denuncia por violencia familiar.

Cuando ya éramos pareja, y por la confianza que trae dormir juntos, me contó que su mujer le celaba con la secretaria de su partido y que en un arranque de cólera le propinó varios golpes con un florero; supe después que esa versión era falsa. En mi calidad de periodista de investigación, encontré por casualidad en el archivo del Juzgado un expediente con el nombre de su exposa Natalia Mirabal, como denunciante y de Federico en calidad de demandado. Me dio curiosidad y abrí el documento; en los antecedentes, Natalia denuncia a su exesposo de violación a su único hijo de 18 años. Ella descubrió un video donde se lo ve violando a su primogénito, llena de cólera va al trabajo de su esposo y lanza golpes a desdén confundidos con el llanto impotente. Las declaraciones y las pruebas que acompañan el escrito me provocaron ganas de vomitar. En otro memorial, se pone de manifiesto que la víctima huyó del país por temor a su padre.

Sorpresivamente, mientras se aguardaba el día de la sentencia, la madre del muchacho retira la denuncia, la fiscalía hace lo propio arguyendo que respeta la decisión de los litigantes. En el último folio, el juez declara archivado el caso porque la señora Natalia concilió con Federico, quién habría entregado 50 mil dólares, a manera de resarcir los daños materiales y morales. Nunca comenté con él sobre este tema, mi intuición decía que debía esperar con cautela.

Al cabo de algunas semanas, encontré en su casa cartas anónimas donde le recordaban situaciones extrañas que ponían en entredicho su moral. Sospeché que el autor de los mensajes podía ser un señor de aproximadamente 45 años que todos los días, después de la seis de la tarde, se paraba frente a la casa de Federico. Le comenté a él de esto cuando chateaba por WhatsApp, creo que no le dio importancia porque se levantó y cerró las cortinas. Por mi parte, averigüé la identidad de ese tipo, supe que se trataba de un antiguo compañero de Federico en la secundaria, se llama Armando Flores. Ese señor permaneció en el psiquiátrico durante varios años, según la hoja clínica, sufría de esquizofrenia compulsiva como consecuencia de varias violaciones durante la niñez y adolescencia.

Una mañana de domingo, me quedé en la cama hasta más tarde, Fede se levantó temprano para ir de campaña electoral por los barrios. A eso de las diez, una piedra rompe el vidrio de la habitación, en ella estaba un papel pegado: “…con mentiras de tu padre entré a tu casa y me violaste en tu cuarto”. El papel se dejó caer de mis manos, a los segundos me vestí con la firma decisión de ir a denunciarlo… contuve el aliento y la razón vino a mí: la policía al leer el mensaje se reiría en mi cara.

Con la firme decisión de desenmascarar a Federico, utilicé todas mis influencias para saber dónde vivía Armando Flores y convencerlo para que lo acuse de violación, era el único que podía hacerlo. Estaba alojado en un centro de cobijo para personas de la calle. Llegué al lugar atiborrado de colchones de paja, bolsas de nailon y botellas descartables con agua, ahí vivían mujeres indígenas que amamantaban a sus wawas, ancianos acompañados por perros, alcohólicos con los ojos llorosos, drogadictos sin narices ni dientes y prostitutas cansadas. Recostado en un colchón, Armando leía el periódico.  Me acerqué con sumo cuidado y le encaré “Sé que tú envías los mensajes a Federico”, bajó la mirada, intentó pararse, le interrumpí al decirle que le apoyaré para que presenté la denuncia en la policía, mostró un pequeño gestó de sorna, habló bajito con vergüenza “Ningún juez creerá a un exinterno del Psiquiátrico”.

Lo persuadí para buscar más pruebas que lo incriminen, él dio su consentimiento con monosílabos. De pronto, volteó el cuerpo y asumió la postura para dormir.

La última vez que hablé con Federico me llamó exaltado para contarme que dejaron una rata colgada en su puerta,

-Creo que me están embrujando, -dijo.

Horas después, me busca un dirigente de su partido para preguntarme si sabía algo de él.

-Hace rato que no contesta el celular, -comentó- sin ocultar su preocupación.

 Al día siguiente, en las redes sociales me entero que la policía le dio por desaparecido.

III

Lo busqué desde que salí del manicomio. En los bares y discotecas, en el Facebook, en las páginas sociales del periódico, en las plazas y en los juzgados. Rendido, entré a una iglesia con la intención de descansar y tomar aliento. Me senté en una banqueta larga para pedir a Dios que castigué a Federico…

¡Sas! -Que conchudo soy -me dije- algo me trajo aquí, ha debido ser Dios que me entrega a Federico.

 Salieron de la sacristía el cura Eloy y Federico, el prelado tomó el brazo de su amigo y en la puerta se despidieron con un cálido abrazo. Me escurrí entre las sombras y el humo del incienso hasta llegar a la calle, apreté el paso y luego de darle alcance mantuve prudente distancia por varias calles de un barrio residencial hasta que lo vi entrar a una pequeña vivienda con jardín. Una vecina me dijo que era la casa del candidato Contreras. Al día siguiente comenzó la rutina de romper los vidrios con un mensaje pegado a la piedra. Mi intención era torturarlo. No lo maté… quería volverlo loco.

Envié el último mensaje en la espalda de una rata. Observé de lejos su reacción. Con un palo hizo caer al animalito que aún estaba vivo, luego, quitó el papel pegado en la espalda…“Mañana morirás como una rata culeada”.  No era una advertencia, ni sé por qué escribí eso, expresé simplemente un deseo.

Fue la última que lo vi. A los pocos días, escuché que estaba desaparecido. Presumí que, al verse acorralado por su pasado, huyó antes que el mundo sepa de sus pasiones enfermizas, estoy seguro que más le temía a la opinión de la gente que a la cárcel.

IV

Freddy Méndez, dedicado a la investigación privada desde la muerte de Contreras, retornó al lugar donde encontraron el cuerpo del candidato. Una pequeña casa perdida en la montaña, rodeada de churquis y de ovejas que acostumbraban pastear por la zona, ubicada a 15 kilómetros del centro urbano. Pequeños hilos de agua recorrían el terreno sinuoso, agua virgen y transparente calmaba la sed de los animales y de los nómadas caminantes.  La puerta permanecía sellada con cuatro tablones. El expolícia se dio modos para subir al techo e ingresar por un agujero del tejado.

Por la mesa de carpintería las cucarachas recorrían sigilosas, los vasos desechables y las colillas de cigarrillo se movían como si una fuerza misteriosa los empujara; las ratas cuchicheaban por los rincones, un cañón de luz iluminaba el piso de tierra, las gotas recónditas caían intermitentes. Méndez caminó como lo hacen los sabuesos hasta dar con un papel estrujado, estaba justo al lado de la morada de ratas, desdobló con cuidado, se acercó a la luz para leer la caligrafía discordante

-La apuesta está corriendo, -decía la nota.

Observó por los rincones con la pretensión de encontrar otro objeto que le ayude a comprender el sentido del mensaje, en eso, sintió bajo su pie izquierdo que algo se sumergía, con cuidado removió la tierra y encontró un pequeño hueso con el que se juega a la taba. Su intuición detectivesca relacionó inmediatamente la palabra “apuesta” con el hueso descubierto, conclusión: En el juego de la taba se apuesta. El contrincante electoral de Federico, Casimiro Céspedes - actual alcalde- es apostador y fanático del juego la taba.

-Tengo que pensar muy bien antes de dar los siguientes pasos, esta información hace sospechoso al alcalde, lo que puedo utilizar a mi favor… pero si comento sobre estas pruebas, antes que termine de hablar silenciarán mi alma. -pensó Méndez.

Recorrió ensimismado por la quebrada con dirección a la carretera de tierra, rompió el papel, abrió la mano y dejó que los retazos se dejen llevar por el viento, luego, sacó del bolsillo el pequeño hueso, volvió abrir la mano y permitió que la gravedad lo deje caer y se confunda con las piedras, las ramas secas y los hongos muertos.

Último

Faltan diez días para las elecciones, Federico está seguro de ganar porque las condiciones están a su favor: el otro candidato es desconocido, no habla muy bien, tiene mala fama por dedicarse al juego clandestino y al tráfico de prostitutas. A esto se suma, la baja credibilidad de su partido (en el poder desde hace 12 años) sumergido en denuncias de corrupción. Con estos antecedentes, su espíritu sobrador lo lleva apostar con un periodista por una botella de wiski.

A las ocho de la noche tiene programada una entrevista en un canal de televisión, anunciará -entre otras cosas- su relación sentimental con una conocida periodista. Entretanto hace el nudo de la corbata, vuelve a su mente la imagen de la rata colgada, resuenan dentro de él voces al unísono hasta convertirse en un coro que repite acusaciones y amenazas. El rin, rin del celular le despabila.

-Hola, con quien tengo el gusto

-Fede, no me reconoces, seguro ya me borraste de tus amigos… ja, ja, ja, soy Miguel, tu amigo de la U.

-Hola Miguel, solo podré ayudarte si votas por mí, ja, ja, ja.

-No, nada de esto, más bien yo te haré el favor. Te cuento que tu exesposa, la Natalia, me presentó a su novio…

-Puede estar también con el pingüino, no me interesa la vida de esa pendeja

-Tranqui, tranqui, la mejor parte es la que viene, su ñato es el Casimiro…, tu rival político… ahora te callas ¿no? Sabes que ella puede contar tus cositas… para eso te llamo, … di pues algo, … suerte camarada.

Colgó.

Su semblante cambió de color, el rostro tomó la forma de una roca, los ojos se hincharon, los labios parecían quebrarse y las manos empezaron a temblar. Tiró el saco al suelo, la corbata la deshizo con fuerza dejando una marca en el cuello. Guardó el celular en el bolsillo trasero del pantalón y salió de su casa.

Sus pasos perdían el equilibrio, de rato en rato volteaba para ver atrás y continuaba con su caminar desesperado, hasta que un taxi se detiene frente a él

-¿No quiere taxi joven?

Federico entra al vehículo por la puerta del copiloto.

-Llévame al condominio Los buitres.

Del asiento de atrás sale una contraorden.

-Le dejas por la zona del Calvario.

Federico voltea la mirada y sus ojos se paralizan al ver el rostro de su amante.

-Querido Fede ¿Quieres jugar a la taba? -dijo- en tanto pasaba por los dedos un pequeño hueso

Federico ordena al taxista detenerse, mas este acelera el vehículo, aumenta el volumen de la radio para que no se escuchen los gritos. Ingresa a un camino de tierra y luego de algunos kilómetros frena abruptamente.

-Entrégale esto a tu exesposa, -dijo la amante al dejar en la palma de la mano extendida el pequeño hueso- chao mi amor, tal vez… nos volvamos a encontrar.

 El chofer abre la puerta, Federico sale sin poner resistencia. El auto arranca furibundo dejando que la polvareda arrastre menudas piedras. Parado en medio del camino, contempla con cierta nostalgia la ciudad que se desprende de la tierra con sus luces de neón amarillas. El azul del cielo yace en el oeste entre el cian, el magenta y el naranja perlado.

-Hola pa, -le saluda alguien por la espalda- El humo del cigarrillo ilumina su sombra extendida en el camino.

 

Javier Calvo Vásquez

18 de noviembre de 2022


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