Debemos aprender a terminar… admitir que no se puede vivir sin respirar. En algún momento hay que aceptar que jodimos nuestra vida y la vida de otros a pesar de recibir constantes aplausos y la bendición dominical. Cerrar la puerta es retar al vacío, es salir del círculo. Esto suena a los animosos versos de consejeros del buen vivir, pero la cosa no es tan sencilla cuando el círculo otorga privilegios. Los dueños del poder (del círculo) están convencidos que morirán cuando ellos quieran y persuaden de esta herejía a cambio de eternizar las migajas. A pesar de que muchos se ufanan de su liberalismo, no logran ocultar su espíritu conservador y se aferran a la zona de confort y al menor esfuerzo. Por eso no es casual que los dueños del círculo y los que viven de y en él, proyecten el miedo frente al que está del otro lado. En este escenario, se acicala a los muertos y se califica a la diferencia con etiquetas recurrentes como desvergonzado, malcriado, loco, drogadicto, maricón,...