Debemos aprender a terminar… admitir que no se puede vivir sin respirar. En algún momento hay que aceptar que jodimos nuestra vida y la vida de otros a pesar de recibir constantes aplausos y la bendición dominical. Cerrar la puerta es retar al vacío, es salir del círculo.
Esto suena a los animosos versos de consejeros del buen vivir, pero la cosa no es tan sencilla cuando el círculo otorga privilegios. Los dueños del poder (del círculo) están convencidos que morirán cuando ellos quieran y persuaden de esta herejía a cambio de eternizar las migajas.
A pesar de que muchos se ufanan de su liberalismo, no logran ocultar su espíritu conservador y se aferran a la zona de confort y al menor esfuerzo. Por eso no es casual que los dueños del círculo y los que viven de y en él, proyecten el miedo frente al que está del otro lado. En este escenario, se acicala a los muertos y se califica a la diferencia con etiquetas recurrentes como desvergonzado, malcriado, loco, drogadicto, maricón, puta, sidoso, negro, enfermo, viejo, trosko, alcohólico, indio, chola...
Si bien cada círculo tiene su propia particularidad, se construyen relaciones de interdependencia donde cohabitan corruptos, deportistas, políticos, devotos, intelectuales, curas, pastores, poetas, cuentistas, musiqueros. Antes se reunían en la plaza, en la esquina o en el desván, hoy se encuentran en las redes sociales desde donde disparan, aman, traicionan, aplauden, asesinan, se masturban, escupen y se callan ante la injusticia. Dicen que esta actitud sumisa tiene que ver –casi siempre- con el instinto de sobrevivencia y conservación, porque el requisito para acceder a un trabajo es presentar el aval del dueño del círculo (o de alguien afín) y el certificado de obediencia, en desmedro del mérito profesional y la honestidad laboral. ¿Cuántos tuvieron que tragar sapos a condición de comprar la sopa de las wawas y el hueso del perro?
Hay quienes viven en el círculo solo con el afán de cebar el ego, estos son los peores. Hablan muy bonito, hasta parece poético, gracias a sus anacrónicas frases protocolares encandilan al jefe, quién en una pose de hacedor del pensamiento, subvenciona la publicación de libros de ciencia, historia, literatura, el concierto de folcloristas y la exposición de hermosos paisajes que después de su acalorada presentación las obras se abarrotan detrás de la puerta del baño público. Mientras, en la calle, deambula el frío, el hambre, el desconsuelo, la rabia, el cansancio, pero también la alegría y las ganas de mandar a todos a la mierda.
Hay que aprender a despedir a la mentira, escapar del círculo, disfrutar de la soledad.
Vivir en el retiro, es sentir a la calle, al micro maloliente, es amar a los perros y gatos que se apropian de las esquinas, es compartir con la pastillera, el sandwichero, la pipoquera, el taxista la barredora, es mojar los pies en el charco, es disfrutar el pucho con los dos amigos de carne y hueso que aún quedan.
No es suficiente callar y pedir a la almohada QUE SE VALLAN ELLOS (como dice la canción), hay que sacarlos y no desmayar en el intento. Que se vayan y que el cíclope comience a dormir.
Javier Calvo Vásquez
6 de agosto de 2018
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