Ir al contenido principal

Entradas

1985

  Campamento Pailaviri Potosí. Foto: Javier Calvo   4 de marzo de 1985 Querida Lili: Son las seis de la tarde, acabo de llegar a la casa. Tranqué la puerta con la misma la piedra que trajiste una noche desde la plaza; aun así, el viento la intenta abrir. No sé de dónde ingresa la brisa helada que hace temblar el foco y a las ventanas reforzadas con plastoformo. Sabes, el silbido agudo del viento me recuerda al gato que cuando duerme en tu cuello, suspira como si expulsara ecos agónicos. Desde hace rato intento ordenar mis ideas para contarte lo que aquí sucede, pero no logro concentrarme porque la radio Pio XII, de rato en rato, interrumpe el programa de música romántica para informar sobre el desarrollo del ampliado del Sindicato de Trabajadores Mineros de Siglo XX, dicen que es inminente la huelga general indefinida para exigir el salario mínimo vital con escala móvil. Llegaron de La Paz los dirigentes de la COB para explicar a los trabajadores de Catavi y Siglo XX...
Entradas recientes

RESIGNIFICAR LA CULTURA Y LA IDENTIDAD AUTISTA

  Para mis hermanos autistas... Intenta salir el sol en esta tarde lluviosa. Recordar ha sido una afición, una disciplina, una profesión, un delirio jocoso. Guardo historias prohibidas, mutiladas, desmemoriadas. Siempre tuve fijación por los fragmentos que parecen esconderse en el lienzo de una pintura, en el relato histórico, en las imágenes que están fuera del cuadro fotográfico, en los versos que sobran en un poema, en el chirriar de las puertas y ventanas, en las comisuras desprendidas de los rostros, de las manos, de los pies. Cuando converso con alguien, detengo la mirada en sus labios gruesos y áridos, observo sus dedos chuecos, descifro el tono de su voz, el color de los gestos y la espesura del aliento. Prefiero sentarme en el pretil de la acera para observar la línea delgada que separa de la vía. Los árboles son como el universo, es fácil descubrir en ellos guaridas, bichos que pasean, hojas que no terminan de morir, flores eternas, pájaros presumidos y ramas que pa...

ROCÍO

  Sus manos están erosionadas. Manchas negras ondulan por sus huesos, dejan ver grietas extendidas; dedos temblorosos, uñas largas y gruesas. Así la encontré. Ella me enseñó a fumar, “como los machos debes hacerlo”, decía, ponía el cigarrillo en los labios, cerraba los ojos y aspiraba por largos segundos hasta que el último aliento abría un pequeño espacio en la boca de donde escapaba el humo gris, se elevaba una catarata desafiante a la gravedad. Las comisuras flexionadas mostraban una leve sonrisa. Rocío le decían sus amigos, pensé que así se llamaba; pero no, una noche -en una de las acostumbradas caminatas que solíamos hacer por la ciudad- me contó que sus padres la bautizaron como Cecilia; pero, como en la escuela muchas se llamaban así, decidió presentarse como Rocío. -¿Cómo el rocío de la mañana? le pregunté. -No, más bien como la Rocío de una película japonesa que vi cuando fui niña. Ella aprendió a tocar el violín después de reconocer que su mente tenía un modo par...

ADIÓS QUERIDO HIJO (LUCHITO)

  Gracias querido hijo, porque sí eres mi hijo, no cabe duda. Mi eterno compañero, el que me esperaba detrás de la puerta, el que lloraba de emoción al verme, aunque haya pasado cinco minutos de mi ausencia. gracias querido luchito por el amor que me regalaste. Hoy mi corazón está destrozado, tu respiración aún resuena en mí, tu mirada de amor, esa que solo tú sabías dar. Te amo mi querido hijo. Te confieso que me siento muy solo sin ti, quiera decirte tantas cosas, pero solo atino a llorar

LA TROMPETA DE FELIPE

  Lo acusan de robar una radio National, una plancha Phillips, una máquina de escribir marca Royal modelo 1951 y un tocadiscos Pioneer de dos velocidades. Lo detienen en la puerta del colegio dos policías de civil. La directora interrumpe violentamente la clase de música y solicita al profesor dar permiso al estudiante Cabrera para encontrarse con sus padres que lo requieren en la puerta del establecimiento. Felipe, antes de salir, guarda los cuadernos, las carpetas y libros en el compartimento del pupitre y se retira peinando -con los dedos de uñas largas- sus encrespados cabellos negros. La maestra lo acompaña hasta la puerta de salida y, sin esperar que Felipe se despida como suele hacerlo todos los días, cierra el portón de madera con tal fuerza que el eco tosco revota como pelota de ping pong entre las paredes de ladrillo. Al pie de la acera, endereza la mirada para buscar a sus padres; en eso, una mano ancha y sudorosa agarra el brazo de Felipe y sin dar tregua ni tiempo ...