Las sombras de este pequeño agujero
han abierto ciertas comisuras que desvelan al ego, ese que aprendió a poner
luces a los nombres y flores en los espejos.
Si estos olores no tuvieran
nombre, si el silencio no estuviera condicionado al tiempo y si las miradas
aprendieran a sentir al sudor y al frío, si nuestras manos podrían distinguir
el color de los árboles, de los ríos, de las montañas, del cielo y del mar, volvería
a tener sentido mi arte, aquel que fue enclaustrado por mil espejos.
Es mejor cerrar la noche y huir
de la avidez, ese que tiene un hueco profundo y que no permite respirar.
Esta noche empujaré al ego e
intentaré olvidar a la ausencia e intentaré calentarme, únicamente con el calor
que hoy entra por mi ventana.
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