A diferencia de los espejos, el teatro nos ayuda, no empuja, incluso, nos obliga a vernos de verdad. Con demasía cumplió ese objetivo la obra de Diego Aramburo que se presentó ayer en Teatro 3 de Febrero, en el marco del Festival Internacional de la Cultura.
Muy jodida la obra porque desde un principio nos introduce en espacios de permanente confrontación con nosotros mismos, al punto de llegar a odiarnos. Odiar al amor como fetiche, a la mujer como cosa y estereotipo de sufrimiento.
No acostumbro admirar a las personas y menos a los artistas, pero anoche sentí una profunda admiración que incursionó en la envidia por esas imillas y esos changos que gritaban tan fuerte y tan seguido que se atragantaban las palabras, mas no importó porque el grito rompió el libreto, ellas y ellos parecían salir del escenario y estar en la plaza 25 de Mayo para gritar frente al frontis de la gualala, “Pendejos hijos de puta…”.
La sobriedad en una sociedad mentirosa, ya no cabe, “La casa de la fuerza”, nos recordó que cada día, en Sucre, mueren miles de mujeres más por dentro que por fuera. Que el amor, el sexo y las caras bonitas son una abstracción construida por quienes patean, joden, mienten, juran, entregan flores y luego matan.
La actuación de estos jóvenes ha sido brillante y sorprendente, lo más lindo no tienen nombre ni estrella, pero una capacidad que ojalá siga reproduciéndose y siga enfrentándonos y siga sacando nuestro infierno, que siga desafiando a la mentira, al amor, a los dioses violadores ...tristes asesinos.
La Casa de la fuerza, nos transita por esta nueva ciudad con dispares identidades, con rostros desfigurados, con amores extraviados.
Felicidades a Diego Aramburo, el resultado que ayer presentó no es casual, son días y noches trabajando en el tema y la puesta en escena. Diego, sé que pediste ¡Nada de fotografías! No te hice caso, hoy te las devuelvo.
Un abrazo a todo el elenco.
Javier Calvo
Septiembre de 2016
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