Ir al contenido principal

ADRIÁN





Despertó sin ganas de ir a la escuela.

-No estás enfermo ¡levántate!- -dijo su padre- en tanto ajustaba la corbata verde con vivos amarillos.

Siguió la rutina de todos los días. Botó el pijama en el piso, se puso lentamente el pantalón azul, después la camisa de cuadros, los calcetines negros, las zapatillas de ojal; orinar y bostezar al mismo tiempo representaba para él terminar de dormir. Inmediatamente, lavarse la cara y arreglar el pelo con la punta de los dedos.

Calentaba la palma de su mano con la tasa de Toddy con leche, a la vez de empujar con la otra mano la marraqueta alrededor de la panera. De rato en rato, la pequeña perrita rascaba su rodilla para pedir un pedazo de pan.

La radio y la tele apagadas, las camas tendidas, vacío el lavadero y en el centro del patio dormía, pansa al sol, su querida gata Naranja.

Recorrió la casa y comprobó que las habitaciones permanecían cerradas. En menos de un minuto se lavó los dientes.

Con el maletín de cuero en la mano derecha, cerró la puerta de madera, la empujo para adentro e hizo el ademán de sacarla, su hermano mayor le recomendó más de una vez hacer ese ejercicio para verificar que esté correctamente cerrada. Luego empezó a correr por la empinada calle empedrada.

No había muchos autos ni personas en las calles, las tiendas, habitualmente abiertas a esa hora, se encontraban cerradas. Tampoco se topó con los compañeros del colegio que vivían cerca de su casa con quienes compartía la acera que conducía a la escuela.

Subió una calle angosta… más despacio y sin dejar de correr

El parque estaba vacío, el viento empujaba el zigzag del columpio, el sube y baja caía torpemente. La cadena oxidada golpeaba la puerta de fierro.

Corrió hasta el resbalín, trepó por la erguida escalera metálica con peldaños angostos. Se paró en la cima para alardear frente a la ciudad, en eso, soltó el pasamanos que se parece a dos enormes orejas y resbaló por la rampa de aluminio brilloso. Sus ojos abiertos gritaron hasta que sus nalgas tocaron la tierra y sus manos se arrastraron por la tierra y la piedrilla.

Volvió a subir una y otra vez. Resbaló echado, sentado, de pansa y luego prefirió subir a la inversa y bajar por la angosta escalera enmohecida. Como si se tratara de una competencia corría presuroso para llegar a lo más alto del resbalín y dejarse caer.

Descansó delante de la sombra, tomó aliento y dibujó círculos con el dedo índice, uno detrás del otro, uno detrás del otro.

Cuando el sol se detuvo en el centro del cielo, decidió volver. Salió despacio para evitar que lo delate la cadena bulliciosa.

Abrió la puerta de su casa e ingresó paso a paso. En el centro del patio aún dormía Naranja y la pequeña perrita acababa de despertar. La tasa de Toddy estaba fría con algunas migas de pan a su alrededor.


Javier Calvo V.
19 de septiembre de 2018



Comentarios

Entradas populares de este blog

EL ICH’U DE POCOATA: HAY QUE TENER PELOTAS PARA ENTRAR AL CENTRO DE SUCRE

Sentado en el borde del muro descolorido, el Ich’u juega con el equilibro, sujetando su delgada voz en el charango a quien abraza como a una wawa de pecho. Las cuecas, los huayños y los bailecitos nos ayudaron a tragar a ese infame trago mezclado con Yupi. Él cantaba sin descansar con los ojos cerrados, y yo, a su lado, le pasaba de rato en rato el vaso desportillado lleno de alcohol. Luego de 20 años me encontré con José Luis Santander, el I’chu, caminaba despacio por la calle Arenales rumbo a la Plaza 25 de Mayo y en medio del acostumbrado “¿cómo te va?” le comenté que lo vi en la televisión cantando y zapateando en un programa dominguero, así es, dijo José Luis, como hasta ese día creí que se llamaba. Con cierta seguridad, mencionó que hace siete años decidió vivir de la música y aseguró que no hará otra cosa en adelante. Quedé sorprendido, y porque no admitirlo, forrado por una profunda envidia, para compensar ese sentimiento le propuse entrevistarle, de esa ma...

LA TROMPETA DE FELIPE

  Lo acusan de robar una radio National, una plancha Phillips, una máquina de escribir marca Royal modelo 1951 y un tocadiscos Pioneer de dos velocidades. Lo detienen en la puerta del colegio dos policías de civil. La directora interrumpe violentamente la clase de música y solicita al profesor dar permiso al estudiante Cabrera para encontrarse con sus padres que lo requieren en la puerta del establecimiento. Felipe, antes de salir, guarda los cuadernos, las carpetas y libros en el compartimento del pupitre y se retira peinando -con los dedos de uñas largas- sus encrespados cabellos negros. La maestra lo acompaña hasta la puerta de salida y, sin esperar que Felipe se despida como suele hacerlo todos los días, cierra el portón de madera con tal fuerza que el eco tosco revota como pelota de ping pong entre las paredes de ladrillo. Al pie de la acera, endereza la mirada para buscar a sus padres; en eso, una mano ancha y sudorosa agarra el brazo de Felipe y sin dar tregua ni tiempo ...

GUILLERMO FRANCOVICH

  “La gratitud primigenia es el deberse a otro”, sentenció Heidegger, al explicar que en la gratitud el alma recuerda lo que tiene y es. A. Constante (2005), sintetiza la idea al señalar que la gratitud no es más que el agradecimiento por la herencia recibida. “Gratitud es la respuesta al don recibido. El supremo don es aquello que somos, la dote que somos”.   De ahí, entendemos que la ingratitud es propia de los sin alma que, en el caso de Bolivia, se empeñan en confinar nombres que dedicaron su vida a la producción del pensamiento y a dejar frutos (hasta hoy disfrutados) en las instituciones donde les tocó servir, es el caso de Guillermo Francovich que su hazaña más grande no fue ser catedrático, rector, diplomático, ni recibir reconocimientos en muchas partes del planeta, no, su hazaña -como muy bien apunta H.C.F. Mancilla- son sus libros, a pesar de saber que la “colectividad boliviana recibía sus obras con un silencio de tumba”. Muchas investigaciones abordan el pensa...