Reco
me sigue todas las mañanas mientras paseo con mis perros por alrededores de la
calle donde vivo. Asume el papel de guardaespaldas de Lucho y Nena (mis
perros), en ese rol, interviene con apronte cuando algún perro pretende oler el
trasero de nenita o muestra sus caninos ante el ladrido provocador de luchito,
entonces, Reco pone su cuerpo entre ambos para ahuyentar al atrevido intruso.
Conocí
a Reco hace diez años cuando empecé a vivir en la calle Ayacucho, lo veía en
las noches en compañía de tres niñas quienes jugaban lanzando trozos de pan y
él saltaba, aullaba y se tiraba al pavimento con las patas al cielo, “parece
garrapata”, decía una de las chicas, en tanto Reco seguía frotando su gruesa
espalda en el cemento.
Luego,
las acompañaba al parque haciendo gala de sus nuevas amistades corriendo detrás
de los autos en un intento desesperado por morder las llantas, debido a esa
costumbre muchas veces regresó cojeando y su piel conserva hasta hoy secas
heridas.
Desde
esos días, Reco (que por entonces no tenía nombre) aprendió a guarecerse de la
lluvia y el frío debajo del alero de la casa donde viven dos hermanas, quienes después
permitieron que entre a su garaje a dormir, mas, no se acostumbró a estar
encerrado y aulló toda la noche para que le dejen salir. Acurrucado sobre
cartones durmió esa noche en el borde de la puerta.
Una
mañana, muy temprano, tocan la puerta de mi casa y desde media calle, Jacke
(una de las hermanas) preguntó si fui yo el que dejó en la acera una casa para
el Reco. Respondí que no sabía nada.
Reco
amaneció con casa nueva y como si supiera que era de él entraba y salía “está
cuello éste”, dijo Jacke, entonces, junto a otros vecinos comenzamos a
especular quién se escudó en la noche para dejar esa pequeña casa y quedar en
el anonimato. Empero, pocos días después no importó esa pregunta porque robaron
la casa de madera, los ladones dejaron frazadas y cartones viejos esparcidos
por la calle.
Desde
ese día, buscamos una casa para Reco, en eso nos informaron que falleció el
perro de una vecina y que su casa estaba desocupada, no hicimos mucho esfuerzo
para convencerla y al instante compramos la casa que fue construida con buena
madera y con techo de calamina. A partir de entonces está ubicada debajo del
alero, de espalda a la calle.
Jhaque
le puso el nombre de Reco por el diminutivo de recogido. Fácilmente asumió el
nombre y desde esa época no es extraño escuchar en la calle “No me sigas Reco, quédate
en tu casa”, no obstante, sin perder el rastro y manteniendo una prudente distancia,
nos acompaña al mercado, a la parada del micro, a la tienda de la esquina.
Con
el tiempo, asumió que ese pedazo de la cuadra es de su propiedad, con esa
convicción libró grandes batallas con los perros que pasaban por la calle u
otros que vivían más abajo. Se hizo costumbre verlo desafiar y pelear con el Choco,
un perro grande de color dorado que vivía en la misma cuadra. En una ocasión, pelearon
hasta perforar sus orejas derramando sangre por las aceras y el pavimento, no pudo
separarlos el agua ni el palo de escoba que se partió en la espalda de Reco.
A
pesar de tener dueños, el Choco casi siempre estaba en la calle, muchas noches
se olvidaron de él dejándolo dormir en un rincón de la puerta.
Hasta
hace varios años, era habitual que Reco se pierda durante cinco días o una
semana, esto intranquilizaba a los vecinos que solían preguntar ¿qué es del
Reco?, inmediatamente el optimismo respondía –debe estar detrás de alguna perra
–decían- y echábamos agua en el recipiente que suele estar a los pies de su
casa. Retornaba flaco y con heridas en el cuerpo.
Si
bien, aún siente el olor de las perras en celo, ya no peregrina detrás de
ellas, decidió cortejar únicamente a quienes tiene un hogar cerca a su casa,
las espera pacientemente durante horas interminables.
No
siempre está solo, por casualidad, o no sé por qué, los perros callejeros
olfatean su casa y deciden descansar con él, revisar la basura de la esquina y dormir
a los pies del pretil. Así apareció el “ch’apita”, quien desprendía una
simpatía natural, saltaba y cerraba los ojos cuando procurábamos darle pan. Una
noche, cuando ambos descansaban, un farsante imitador de corredor pasó por
encima del ch’apita, su grito asustó a todos y al unísono salimos para ver qué pasó,
en medio de la calle Reco jalaba con sus dientes el cuerpo desmayado del
ch’apita. Dos hermanos lo llevaron inmediatamente al veterinario, …al poco rato
retornaron sin el perrito, decidieron hacerle dormir porque tenía casi todos
los órganos destrozados, su agonía era innecesaria.
Años
después apareció otro perro, era viejo con el pelo descolorido y los ojos
bañados en sangre. Se sentó a metros de la casa de Reco. Al principio una
señora que vivía por la zona le dejaba pan y colocaba cartones debajo del alero
del Domo de Medicina. Con los días, se hizo compañero de los universitarios a
quienes batía la cola y dormía entre sus pies. Decidimos darle una pequeña casa
de cartón y todos los días dejábamos comida y agua. Reco no lo quería, -está
celoso- -decían, con todo, nunca pelearon a pesar de sortear interminables
amagos de enfrentamiento. En una oportunidad la vecina contrató una pensión
para que durante su viaje no le falte comida ni agua, … ¡que rabia! La cocinera
nunca dejó ni un gramo de arroz, felizmente no le faltó sopa de arroz con
fideo, huesos de pollo y panes enteros. No pude acariciar su cabeza ni me batió
la cola, se hacía a un lado al primer intento, me temía y se alejaba cuando le
insistía, con los meses aceptó su nombre “viejito” estiraba la cabeza cuando le
llamaba, y veía con cierta indiferencia lo que dejaba en el plato, luego
esperaba que me vaya para empezar a comer.
De
un día para otro, su casa se llenó de panes duros y huesos cubiertos de
hormigas, a su casa de cartón entró la basura y el polvo, el agua cambió su transparencia
por el amarillo rancio… el viejito no volvió nunca más.
Ya
son muchos años que Reco tiene un compañero, su nombre es Dogui, es pequeño de
color amarillo, sus dueñas son las niñas (hoy jóvenes) que retuvieron hace diez
años a Reco. Dogui es conocido en la cuadra por “camorrero”, por su culpa Reco enfrentó
a muchos perros que pasaban por la cuadra. Ambos duermen debajo del alero o en
la casa de Dogui. Casi todos los días bajan al parque paso a paso, oliendo,
orinando y ahuyentando a las palomas.
Dogui
ya no tiene dientes, por eso hay que darle pedazos de carne de pollo y si tiene
hambre acepta pedazos de pan.
Hace
poco llegó otro perro, es de estatura mediana, las orejas paradas, de color
negro fibroso, en el pecho lleva un mechón blanco. Es muy juguetón por lo que
intuimos que aún es cachorro. Le decimos Negrito por razones obvias, parece que
le gustó su nombre porque al primer llamado hace caso. Es un perro solitario y
dormilón, casi todo el día está estirado en la puerta de algún vecino y recorre
solo las calles de la zona, orinando y oliendo cada detalle que lo distrae.
También, como Reco, corre detrás de los autos y ladra a los alcohólicos. Un día
cualquiera, detuvo su caminar en la esquina de la calle Uyuni, ahí, unos vecinos
le dejaron entrar a su casa para que duerma en la noche, desde entonces le
abren la puerta muy temprano para que regrese a la calle.
Cuando
llegó Negrito, Reco quiso alejarlo de la zona con sus ladridos, pero el
cachorro confundió el mal humor con un juego, saltó como cabra a su alrededor y
dio vueltas sobre sus propias patas hasta morder la cola. Por ahora, no son
amigos, pero se soportan. Un mañana, vi a Negrito levantar una de las patas con
mucho esfuerzo, no podía asentar en el piso, su cadera estaba a un lado y sus
ojos se convirtieron en lánguidos y aguados, su piel fibrosa perdió el brillo y
solo las costillas sobresalían.
Cada
vecino lo curó como pudo, si bien por momentos cojea ya se lo ve correr e
intentar alcanzar a los autos. La experiencia le enseñó a cuidar su comida y no
provocar a otros perros, por eso cuando ve a una jauría se hace a un lado o
entra al zaguán de mi casa para comer en paz.
Reco
envejeció en esta calle, hoy, igual que los árboles o que el viento que entra
del sudoeste, el Reco forma parte de la vida de los vecinos de este pedazo de
Sucre. Nos preocupamos por su bienestar, lo extrañamos y también renegamos
cuando quiere golpear a pequeños perros callejeros que buscan comida en la
basura. Con todo, es sumiso y educado, nunca fue irrespetuoso con el
veterinario y acepta la antirrábica con humildad.
Será
difícil escribir o, si se quiere, describir la vida de los que habitamos en
esta cuadra de la calle Ayacucho, si no se nombra a Reco. Con el tiempo entendimos
sus miradas de indiferencia, cansancio, dolor, hambre, sueño, sed y alegría.
Reco aúlla, llora cuando se acercan perros más grandes que él, ladra y hace
escapar a los borrachos que orinan en la esquina. No perdió la costumbre de
revisar la basura que todas las noches de reúne a los pies del árbol y cuando desentierra
un gran botín, detiene con sus dientes la bolsa y lleva hasta su casa.
Está
más viejo, su paso es lento y sus ladridos se cortan abruptamente, con todo, no
deja de ser el perro más caprichoso… me sigue sin mi consentimiento.
Javier
Calvo Vásquez
Sucre,
26 de enero de 2019
Reco |
Dogui |
Negrito |
Viejito |
La casa de Reco, ubicada en la puerta de las hermanas Sandy |
La última cuadra de la calle Ayacucho donde vive el Reco. |
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