Mi acostumbrado andar presuroso se detuvo frente a la puerta, sin doblar el cuerpo, mis ojos se acercaron al madero en una clara intención de escuchar con detenimiento la caída parsimoniosa de gotas que dejaban en el vacío algo como el eco de lejanas campanas. La habitación estaba cerrada desde hace muchos años.
Ivonne mandó a sacar todos los muebles de ese cuarto: la cama de dos plazas, notoriamente envejecida, el colchón de lana con manchas de sangre descolorida y de orín que dibujó en algún momento cerros, ríos, nubes, árboles y labios desfigurados. También sacaron un ropero de dos cuerpos con el espejo roto, canastas de ropa maloliente, una mesita de noche y varias cajas con libros, libretas de anotación y fotografías en blanco y negro. Al cerciorarse que no quedaba nada, procedió a barrer con una escoba de mano, ella decía que las de palo dejan basura en las esquinas y en los bordes del machimbre. Al cabo de un rato, la escuché abrir las cortinas de nylon, luego sus pasos retumbaron y la llave dio tres vueltas. Se alejó de puntillas hasta la puerta que conduce al patío.
Las gotas caen y se confunden con el tic tac agonizante del reloj que solo marca segundos. La noche permanece despierta, contempla conmigo el segundero y conteniendo la respiración parecemos palpar el toc, toc, toc de las gotas que no rompen el compás. En eso, imagino cráteres que se fosilizan al instante.
Mi mirada se pierda en medio de un blanco transparente, ya no estoy despierto, esto es un sueño, digo, allá lejos está Ivonne, parece dormir en el borde de una playa de estrecho riachuelo, acurrucada con el rostro apoyado en la espuma cristalina, sus piernas brillan y su cabello se desparrama entre la arenilla. Quiero ir a ella, cubrir su espalda agrietada y mojar mis manos con su respirar que se extravía en el agua. El impulso de mi cuerpo tropieza y tendido entre las piedras aún puedo ver el latido de Ivonne que parece sumergirse junto a la espuma. Las gotas caen vencidas por su peso.
Se abren mis ojos y a penas distinguen la sombra del foco que cuelga y se bate de cuando en cuando. El segundero se detuvo y siento cómo ingresan del cuarto de al lado enfurecidos hilos de sangre que tragan a esta cama que, cual barco a la deriva, desespera, lucha y naufraga.
Dijo la enfermera que hoy me llevarán al jardín. Arrastro mis pies por el corredor y mis ojos se detienen en el cuarto de al lado, está vacío con las ventanas abiertas.
-Después del almuerzo, Ivonne te llevará a tu nueva habitación, ella la limpió con esmero, dijo que pondrá tus libros en el estante, cubrirá las paredes con fotografías, cambiará el reloj de pared y dijo también que te acompañará hasta que concilies el sueño.
Cerró el libro, apagó la lámpara y al salir dio tres vueltas la llave. Dejó una pequeña rendija en la persiana por donde ingresa una línea de luz reflejada en la pared, mientras la contemplo, el tic – tac se confunde con las gotas de sangre que se desprenden de la almohada.
Javier
Calvo
21
de octubre de 2021
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