Sus manos están erosionadas. Manchas negras ondulan por sus huesos, dejan ver grietas extendidas; dedos temblorosos, uñas largas y gruesas. Así la encontré. Ella me enseñó a fumar, “como los machos debes hacerlo”, decía, ponía el cigarrillo en los labios, cerraba los ojos y aspiraba por largos segundos hasta que el último aliento abría un pequeño espacio en la boca de donde escapaba el humo gris, se elevaba una catarata desafiante a la gravedad. Las comisuras flexionadas mostraban una leve sonrisa. Rocío le decían sus amigos, pensé que así se llamaba; pero no, una noche -en una de las acostumbradas caminatas que solíamos hacer por la ciudad- me contó que sus padres la bautizaron como Cecilia; pero, como en la escuela muchas se llamaban así, decidió presentarse como Rocío. -¿Cómo el rocío de la mañana? le pregunté. -No, más bien como la Rocío de una película japonesa que vi cuando fui niña. Ella aprendió a tocar el violín después de reconocer que su mente tenía un modo par...
Gracias querido hijo, porque sí eres mi hijo, no cabe duda. Mi eterno compañero, el que me esperaba detrás de la puerta, el que lloraba de emoción al verme, aunque haya pasado cinco minutos de mi ausencia. gracias querido luchito por el amor que me regalaste. Hoy mi corazón está destrozado, tu respiración aún resuena en mí, tu mirada de amor, esa que solo tú sabías dar. Te amo mi querido hijo. Te confieso que me siento muy solo sin ti, quiera decirte tantas cosas, pero solo atino a llorar