Cuantas canciones de amor se han escrito y seguro una, si no son más, las
hemos coreado. Hay algo que nos identifica con ellas, se torna una necesidad
aflorar lo que pretendemos decir y sólo una canción –a veces- resume nuestras
más oscuras y limpias intenciones.
¿Por qué será que gran parte de este tipo de canciones nos hablan del
dolor? casi siempre el amor se relaciona con el sufrimiento; muy bien sabe de
eso Chavela Vargas cuando dice “Otra vez a brindar con extraños y
a llorar por los mismos dolores”.
En cada canción suplicamos una oportunidad, abrir la ventana para ingresar
a la tibieza de un abrigo, en ese afán incluso apelamos al drama de la muerte
como el último recurso de piedad, por encima de la propia racionalidad.
Andrés Calamaro comprendió aquello cuando le pide a su amada que no
espere racionalidad por no poder olvidarla, “No pidas que no sangre si aún
el cuchillo no sacaste de mí, no me pidas que use cicatrizante… no me pidas que
no sea un inconsciente si no dejo de quererte”.
Es común encontrar canciones donde se asegura que somos los únicos que
podemos amar así, es muy presumido ese sentimiento, pero todos, en algún
momento, nos hemos creído insustituibles como si fuéramos los únicos, los
únicos poseedores del amor verdadero. Niña Pastori cuenta una
historia donde la protagonista hizo todo por el ser amado, perdió y renunció, “Quien
te va a querer así como yo, quien te va a querer cuando todo acabe”.
Pero también hay canciones que describen a ese amor que no es omnipotente,
que se construye entre el bien y el mal, ese amor que lo comparte todo en
la cotidianidad del otoño y la primavera. Así entendió
Mario Benedetti cuando compuso la poesía “Te quiero”, interpretada
por muchos artistas, “… y porque amor no es aureola ni cándida moraleja
y porque somos pareja que sabe que no está sola”.
Sin embargo, también es cierto que hay amores que mueren, que producen
ausencias y reproducen imágenes y recuerdos, son esas canciones que
preguntan “¿qué hago ahora contigo, ahora que eres la luna, los perros,
las noches, todos los amigos?”. (Silvio Rodríguez).
Pero el aislamiento está presente incluso entre los amores perfectos, es la
rutina y la imposibilidad de equilibrar los pasos por la senda de la libertad y
la paz que brinda un abrazo, esos amores que parecen matar el alma, que te
hunden en la soledad. Luís Alberto Spinetta describe esa
sensación en su canción “Tu Nombre sobre mi nombre” “No sabes cómo extraño
mi calma, no sé si voy a ser feliz así...”.
Así son las canciones complicadas, llenas de metáforas para poner en
evidencia lo contradictorio que puede ser el amor, el más difícil sentimiento
que no siempre se tiene que comprender. Roger Water, compositor
de Pink Floyd, identifica la entramada relación que camina entre la
rutina, el tedio y la necesidad de estar alado de quien se ama, “No somos
más que dos almas perdidas nadando en una pecera año tras año, corriendo
siempre sobre el mismo terreno ¿qué hemos encontrado? Los mismos temores de
siempre… desearía que estuvieras aquí”.
La culpa y la contrición también es común y las canciones están para
ponerlas de manifiesto. Se trata de los amores que se fueron, a los que no
supimos guardar, pero tarde es el arrepentimiento –diría mi madre- y sólo queda
llorar. El Tango Grisel nos habla de ello, compuesto en 1942 por José
María Conturse y quizá encuentre el lector alguna semejanza con la
conocida canción de J. M. Serratte “Penélope”. Grisel es
tal vez más dura, más sincera, golpea el corazón sabiendo que no hay nada que
hacer cuando el agua del río ya no es el mismo “tu ilusión fue de cristal,
se rompió cuando partí, pues nunca, nunca más volví, que amarga fue tu pena. Me
faltó después tu voz y el calor de tu mirar y como un loco te busqué pero ya
nunca te encontré”.
Hay tantas canciones de amor, como tantas esperanzas, pero ojala escuchemos más canciones que le hablen al amor de todos los días, ese que desespera, ese que envenena y alimenta. Es urgente volver a escuchar canciones que no estén forradas de peluche ni justifiquen la traición con la embriaguez de los besos. Canciones que identifiquen a las circunstancias que no están teñidas de sufrimiento. Quisiéramos escuchar más canciones de amor que cuenten del cansancio de llegar siempre a las seis, de mantener la boca cerrada y esperar que pase el aburrimiento y que bueno sería detener la luna de miel como lo hizo Joaquín Sabina, “Que no se ocupe de ti el desamparo, que cada cena sea tu última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena, que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duermas con cuentos de hadas… que cada noche sea noche de bodas, que no se ponga la luna de miel,… que todas la lunas se han lunas de miel”.
Hay tantas canciones de amor, como tantas esperanzas, pero ojala escuchemos más canciones que le hablen al amor de todos los días, ese que desespera, ese que envenena y alimenta. Es urgente volver a escuchar canciones que no estén forradas de peluche ni justifiquen la traición con la embriaguez de los besos. Canciones que identifiquen a las circunstancias que no están teñidas de sufrimiento. Quisiéramos escuchar más canciones de amor que cuenten del cansancio de llegar siempre a las seis, de mantener la boca cerrada y esperar que pase el aburrimiento y que bueno sería detener la luna de miel como lo hizo Joaquín Sabina, “Que no se ocupe de ti el desamparo, que cada cena sea tu última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena, que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duermas con cuentos de hadas… que cada noche sea noche de bodas, que no se ponga la luna de miel,… que todas la lunas se han lunas de miel”.
Tú me vuelves a mi cauce.
Lo demás, todo es oro licuado
Que se va al mar lejano.
Lo demás, todo es llanto
Que se traga el olvido.
Tú, sola
Con las dos manos graves
Coronándome de espinas
Me das el paraíso,
La justa clave
Para hender el misterio.
Poema de Matilde Casazola
2009
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