El estudio de los hechos pasados, la historia, se constituye entre las materias más importantes del conocimiento porque nos posibilita comprender el por qué de nosotros y el por qué estamos así. Generalmente este estudio adopta el método del repaso cronológico donde supuestamente una etapa supera a la otra, es decir, a partir de la concepción darwiniana, se asume que las sociedades también evolucionan, entendiendo este concepto -de la manera más simple- como la capacidad de adaptación al entorno, en tanto condiciones físicas y espirituales, entonces iríamos por el camino de la superación constante hasta llegar a la perfección. Si bien esta lógica de entender la vida enriquece el debate universal, me suscribo a la visión de que el ser humano reproduce saberes de acuerdo a su entorno los que dan identidad a sus condiciones culturales de vida, ello implica, que en la sociedad conviven diversos procesos históricos o condiciones culturales donde ninguno supera al otro, me refiero a entender la historia del hombre desde una perspectiva intercultural. Sin embargo, si bien no hay una superación cultural, se da el sometimiento de una cultura sobre otra, lo que Luís Tapia denomina procesos de abigarramiento social y político, elemento fundamental para realizar una justa lectura de la historia.
Luego de esa confusa introducción, ingreso al motivo de este artículo. Todos o casi todos tenemos la oportunidad de escribir la historia teniendo como base nuestras condiciones de vida, más allá de la melancolía por los tiempos pasados; por ello no propongo acudir a autores dedicados al repaso histórico, sino apelar a la memoria construida en estos últimos 40 años, seguramente así podremos decir objetivamente desde nuestra posición cultural, si hoy estamos mejor que antes.
Lastimosamente mi memoria sólo puede trasladarse a los últimos 40 años tiempo en que la niñez y la juventud estuvieron marcadas por la ausencia de comodidades tecnológicas, de libertades políticas, pero sí, de abundantes prejuicios morales, religiosos, políticos y culturales, tiempos en que la libertad del hombre era oculta por las visiones globales y el individuo permanecía oculto en su excentricidad. Las luchas políticas nos llevaron a idealizar a la democracia como el único sistema que privilegia las decisiones individuales, pero a la vez permitió redescubrir nuestros miedos en los ojos de quien antes no se le veía.
¿Qué trajo la democracia?... permitió, que nuestras actitudes heredadas sean releídas y combatidas. Poco a poco el debate sobre las doctrinas políticas fueron armónicamente relacionadas con el debate culturalista, lo que no fue casual o impuesto, simplemente se estaban reproduciendo las emergencias de nuevos actores que reclamaban al país mayor participación desde su identidad cultural.
Nuestra memoria, que funciona como un chip, reaccionó inmediatamente poniendo como defensa la radicalidad de nuestras actitudes entorno a quien antes sólo escuchaba. Lo que parecía natural, de pronto se convirtió en ofensa para unos e identidad para otros. La lucha que hasta 1990 permanecía confinada y disfrazada con símbolos folclóricos, con los años involucró a todos los bolivianos haciendo de nuestras actitudes un arma que defiende nuestras memorias e identidades consideradas inmutables.
Por ello no creo en esa interpretación facilona que adjudica a los medios de comunicación la responsabilidad de esta constante confrontación, los medios sólo están escenificando lo que sucede en la cotidianidad del boliviano.
A partir de esta interpretación puedo asegurar que las elecciones de diciembre serán distintas a las del año 2005, porque ahora se pondrá en el voto lo que indica nuestra convicción cultural, unos votarán para que los odios permanezcan, otros para imponer que la tolerancia debe conducir la construcción de un Estado que sea el reflejo de nuestras actitudes. Obviamente el voto, como siempre es la expresión de idearios y sueños.
Esta lucha política que nos desgasta día tras día, que nos etiqueta, que sacude a la intimidad y nos distrae, esta lucha que ha convertido a nuestra cotidianidad en una vida de constantes ofensas y defensas, de miedos, paranoias y melancolismos suburbanos. Esta lucha política ha olvidando otros detalles, tal vez aún más importantes que el color de la piel, la tarjeta de crédito o los malos olores, estamos perdiendo de vista que lo que se trata es tener una vida digna, un trabajo estable, una casa con luz y agua, hemos olvidado que lo que importa ahora es llevar el pan con la certeza de haber hecho lo correcto.
Luego de esa confusa introducción, ingreso al motivo de este artículo. Todos o casi todos tenemos la oportunidad de escribir la historia teniendo como base nuestras condiciones de vida, más allá de la melancolía por los tiempos pasados; por ello no propongo acudir a autores dedicados al repaso histórico, sino apelar a la memoria construida en estos últimos 40 años, seguramente así podremos decir objetivamente desde nuestra posición cultural, si hoy estamos mejor que antes.
Lastimosamente mi memoria sólo puede trasladarse a los últimos 40 años tiempo en que la niñez y la juventud estuvieron marcadas por la ausencia de comodidades tecnológicas, de libertades políticas, pero sí, de abundantes prejuicios morales, religiosos, políticos y culturales, tiempos en que la libertad del hombre era oculta por las visiones globales y el individuo permanecía oculto en su excentricidad. Las luchas políticas nos llevaron a idealizar a la democracia como el único sistema que privilegia las decisiones individuales, pero a la vez permitió redescubrir nuestros miedos en los ojos de quien antes no se le veía.
¿Qué trajo la democracia?... permitió, que nuestras actitudes heredadas sean releídas y combatidas. Poco a poco el debate sobre las doctrinas políticas fueron armónicamente relacionadas con el debate culturalista, lo que no fue casual o impuesto, simplemente se estaban reproduciendo las emergencias de nuevos actores que reclamaban al país mayor participación desde su identidad cultural.
Nuestra memoria, que funciona como un chip, reaccionó inmediatamente poniendo como defensa la radicalidad de nuestras actitudes entorno a quien antes sólo escuchaba. Lo que parecía natural, de pronto se convirtió en ofensa para unos e identidad para otros. La lucha que hasta 1990 permanecía confinada y disfrazada con símbolos folclóricos, con los años involucró a todos los bolivianos haciendo de nuestras actitudes un arma que defiende nuestras memorias e identidades consideradas inmutables.
Por ello no creo en esa interpretación facilona que adjudica a los medios de comunicación la responsabilidad de esta constante confrontación, los medios sólo están escenificando lo que sucede en la cotidianidad del boliviano.
A partir de esta interpretación puedo asegurar que las elecciones de diciembre serán distintas a las del año 2005, porque ahora se pondrá en el voto lo que indica nuestra convicción cultural, unos votarán para que los odios permanezcan, otros para imponer que la tolerancia debe conducir la construcción de un Estado que sea el reflejo de nuestras actitudes. Obviamente el voto, como siempre es la expresión de idearios y sueños.
Esta lucha política que nos desgasta día tras día, que nos etiqueta, que sacude a la intimidad y nos distrae, esta lucha que ha convertido a nuestra cotidianidad en una vida de constantes ofensas y defensas, de miedos, paranoias y melancolismos suburbanos. Esta lucha política ha olvidando otros detalles, tal vez aún más importantes que el color de la piel, la tarjeta de crédito o los malos olores, estamos perdiendo de vista que lo que se trata es tener una vida digna, un trabajo estable, una casa con luz y agua, hemos olvidado que lo que importa ahora es llevar el pan con la certeza de haber hecho lo correcto.
Posiblemente nuestras vidas no cambiarán el 6 de diciembre, tal vez seguiremos sumando insultos y juntamente con ellos nuestros remordimientos se fortalecerán y los que no queremos ingresar a esta pelea continuaremos escribiendo poesías, apagando la televisión y sumergiendo nuestro estar aquí en la esquina de la indiferencia.
Quizás este último aporte suene a masista, a demagogia, a simplismo barato, ...no importa, porque estoy convencido que la única manera de vivir en paz es defendiendo nuestra libertad, la que no tiene banderas ni tiempos para preocuparse por los colores ni olores, que no tiene paciencia para detenerse en recuerdos de un pasado glorioso, porque, felizmente para algunos las condiciones culturales, a veces, se reconstruyen para vivir bien y mejor.
Quizás este último aporte suene a masista, a demagogia, a simplismo barato, ...no importa, porque estoy convencido que la única manera de vivir en paz es defendiendo nuestra libertad, la que no tiene banderas ni tiempos para preocuparse por los colores ni olores, que no tiene paciencia para detenerse en recuerdos de un pasado glorioso, porque, felizmente para algunos las condiciones culturales, a veces, se reconstruyen para vivir bien y mejor.
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