Es una de las tantas personas que conozco, creo que desde 1994, cuando a mi casa tocaba, siempre a las dos de la tarde y decía "pancito ocho por un boliviano, hay blanco y negrito".
El pan siempre llegaba caliente, húmedo por el vapor que se concentraba en la bolsa. Durante tres años compré su pan, luego cambié de casa y lo veía en la calle, cada vez más cansado arrastrando en una mano la gran bolsa llena de bolsitas con pan.
Sé que vive por la salida al aeropuerto, una vez lo vi por esa zona bajar del micro. Han pasado tantos años, es uno de los personajes que pasean las calles, invisibilizado por la bulla de la ciudad, quizá muchos sepamos de él, pero no sabemos su nombre, es el vendedor de pan de esta ciudad, el testigo que camina solitario, cuánta memoria, cuántas imágenes guardará, cuántas historias tendrá para contar.
Si escribiéramos un poco sobre lo que escucha y ve un día cualquiera, tal vez podríamos comprender lo que es esta ciudad de Sucre, ahora cerca al año 2011.
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