Se derrama el espacio entre tus ojos, sujeto invisible de la memoria
Cada amanecer de todos los lunes, el cansancio le abría a Fidel viejas
heridas, los brazos no lograban empujar las sábanas y sus ojos se mantenían
nublados deteniendo la mano de su esposa y con la mirada fija en el oscuro
televisor le venían antiguas sensaciones, viejas imágenes, retorcidas
frustraciones.
Para mostrar su enfado y fingir no ser convencional, repetía en silencio y
de manera insistente las canciones de Charly García, él soñaba tomar un par de
whisky’s mientras el cantante rompía su ronca voz.
Su humor es insoportable, decían sus compañeros de trabajo, saludaba al
llegar y no se detenía a escuchar la respuesta, sus ojos rojos aún estaban
hinchados y sus dedos temblaban cuando meneaba la cucharilla en la tasa de
café.
Cuando entraba a la oficina recorría cada rincón y bendecía con la señal de
la cruz, sentado en el mismo sillón ordenaba los papeles y de rato en rato
contestaba con un monosílabo, él sólo tenía una respuesta.
Claro, su esposa lo conocía muy bien, así que de lunes a miércoles prefería
sólo hablar lo necesario, así no daba motivo para iniciar las eternas peleas
relacionadas con la rutina, el clima, los dolores estomacales, el control
remoto del televisor...; este trajín duraba unos tres días porque ya desde el
jueves Fidel era más tolerante, hasta bromeaba con los compañeros de trabajo.
Un lunes de noviembre su jefe le entregó una notificación interna, en ella
le hacía conocer que, por motivos de reestructuración en la institución, se le encargó
el inventario de su institución, la característica de este trabajo radicaba en
cumplir esta labora en su casa. En la misma notificación también explicaba que
se le proporcionaría todo el instrumental necesario, sin que él tenga la
necesidad de volver a la oficina. Fidel no pudo comprender esta sorpresiva
comunicación, en un principio pensó que sólo era una excusa para despedirlo,
sin embargo, prefirió no dudar, así que agarró sus cosas y se marchó.
Como todos los medios días, su esposa le esperaba en la puerta de su casa,
al verla no tardó mucho en contar sobre sus nuevas funciones, pero resaltó que
no iba a salir de su casa, tendría tiempo para cumplir con las cosas que
estaban pendientes desde que se casó, además -decía él- era una buena
oportunidad para dejar de pelear y enemistarse hasta con la sombra. Cuando
Fidel terminó de contar, ella saltó de alegría y con una inusitada palmada en
el trasero, decidió organizar una fiesta de despedida y bienvenida, a la que
estarían invitados los amigos más cercanos y también aquellos que no lo eran
tanto, hicieron llegar la invitación incluso a su jefe para no ser descortés
con quien procuró el inicio de una nueva vida.
Mientras su esposa se apuraba en llenar las invitaciones y la voz de Charly
García retumbaba los vidrios de la sala, Fidel relajado en su sillón con las
dos manos ocupadas por un cigarrillo y una copa de whisky, comentó a su esposa
que ya no tendría que seguir las conversaciones no deseadas o devolver el
saludo por obligación ni soportar el olor a papel viejo que brotaba de esas
cortinas negras.
Está demás decir que la fiesta fue un éxito, el picante de pollo fue lamido
por todos, las seis botellas de whisky no fueron suficientes por lo que a las
tres de la mañana el jefe de Fidel inició la colecta para comprar más botellas
las que se vaciaron a las siete de la mañana. La alegría de Fidel y de su
esposa era muy contagiosa, coreaban las cumbias de los "sombras" y
besaban como quinceañeros, sorprendían y ruborizaban a liberales y conservadores,
todos se resistían a que pase la noche, a que esa emoción sea tragada por el
amanecer. Dicen que el último en salir de la casa de Fidel fue a las 10 de la
mañana.
Pasaron los meses y los años, él ya no protestaba en las mañanas de todos
los lunes, despedía a su esposa en la puerta de su casa cuando ella iba al
mercado o a la casa de sus padres, todas las tardes después del almuerzo veían
juntos la telenovela en medio de la siesta y las caricias que habían aprendido
del kamasutra.
Un día de esos, ambos se dieron cuenta que el silencio de su habitación
comenzó a constreñir el espíritu, todos los segundos del año se sentían igual,
los papeles, el bolígrafo, la computadora, la música, el maullido del gato;
todo tenía el mismo calor, para no perder la costumbre de rato en rato
contestaba al espejo -si señor- y daba vuelta la cama para no ver la ventana
desde el mismo ángulo y el kamasutra había sido superado por lo que desde hace
algún tiempo nadie se acordaba que aún estaba tirado debajo del velador. Cada
vez el silencio se extendía a la hora del almuerzo y Charly García ya no
motivaba a Fidel.
Luego de tres años de trabajar en su casa le llegó otra notificación
interna, donde se le explicaba que por motivos de reestructuración interna,
Fidel debía volver a la oficina, le ascendieron a gerente de planificación, en
el mismo documento se le advertía sin embargo, que al ser de mayor
responsabilidad su nueva función muchos fines de semana tendría que ir al
trabajo, subrayando además que la jornada de trabajo superaba las ocho horas,
así que le sugerían pensionarse cerca de la oficina y mejor si trasladaba su
domicilio por inmediaciones de la institución.
Cuando llegó su esposa de la casa de sus padres, Fidel le contó todo, no
pudo ocultar su felicidad y la abrazo susurrando al oído la nueva designación,
pero ella que nunca ocultaba sus emociones, saltó de alegría y con una sonrisa
de media noche, que sólo él podía reconocer, sugirió volver a organizar otra
fiesta, esta vez prefirieron no invitar al jefe.
Sucre, 27 de junio de 1999
Javier Calvo Vásquez
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