No es mi intención con este artículo relatar el argumento de la película, sólo comentar y adscribirme deliberada e intencionalmente al grupo de personas que considera que Melancolía ha sido la mejor película del 2011, porque propone de manera sencilla un tema recurrente por todos los cineastas, pero como ninguno, decide hablar en serio sobre la felicidad.
Es la historia de dos hermanas: Justine interpretada magistralmente por Kirsten Dunst y Clarise (Charlotte Gainsbourg), entre ambas se genera una relación de dependencia y cariño, pero también de odio; cada una tiene un concepto distinto sobre la felicidad, esa contradicción será su desgracia. Definitivamente es una película plagada de símbolos y señales en los diálogos, en los pesonajes, en los gestos, en los objetos y los silencios. Todos estos detalles conducen por un laberinto y muestran una sociedad ritualizada, individualizada e insensible.
El autor de esta magistral obra plantea que la única manera de resolver esta situación, es destruyendo a la humanidad a través de crear –ficticiamente- el planeta Melancolía que había estado escondido detrás del sol y que a pesar de la alta tecnología, sólo un instrumento casero y doméstico creado por la ingenuidad de un niño, descubre que inevitablemente Melancolía destruirá la Tierra.
Justine está cansada que otros construyan su felicidad, le incomoda y desespera esa realidad porque no sólo le hace sentir sola, sino también ofendida. En cambio su hermana Clarise es de aquellas personas que quiere controlarlo todo incluso la felicidad, pero es el pánico que se apodera de ella porque comprende que la muerte –en su caso- no sólo es el fin, sino la pérdida del control que puede ejercer.
Esta película no tiene nada que ver con la ciencia-ficción, porque si bien es cierto que la segunda parte de la historia gira en torno a la llegada misteriosa del planeta Melancolía, el núcleo que vincula a toda la trama, está relacionado con el pedido -casi asfixiante- de ser feliz, de romper con la estrecha formalidad que impide vivir, …Justine sólo pide vivir en paz, por ello no le asusta la muerte, más bien construye en esa circunstancia la posibilidad de ser feliz.
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