Programamos
con mi hijo y mi sobrino, ir por algunos barrios "altos” de Sucre a sacar
fotografías, la mañana de sábado se prestaba para eso, la luz, el calor, y es
cierto, no tener nada más que hacer. Estábamos en el centro de la vieja ciudad
esperando al micro que nos lleve lejos, lo más lejos posible, en eso nos
encontramos con un perro que desde la otra vereda ladraba afanoso, los
delicados transeúntes preferían bajar de la acera y esquivando apuraban el
paso.
Mi
hijo se detuvo y dijo
-Mira
pa', está cuidando a ese señor
Donde
cae el sol de frente estaba recostado y el perro levantaba la basura que el
viento arrastraba y se posaba en el cuerpo de su amigo, parecía jugar porque sus
brincos y ladridos dibujaban una escena circense.
Los
adolescentes observaban como no queriendo mirar con un tímido miedo, incluso
puedo asegurar que sus ojos sólo estaban clavados en la actitud del perro, con
cariño veían y sonreían a quien sólo pretendía alejarlos.
Cuando la calle mostró su silencio él se recostó a lado
del amigo, los dos como agarrándose de la mano hicieron de ese momento, la
pausa para seguir soñando.
Javier Calvo
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