Popular es una palabra que resiente, atormenta e
incomoda, porque es como un cristal amarillento, como el aroma del pucho que se
volvió a encender.
¿Por qué lo popular es más libre que la porcelana
temerosa de caer? Porque se olvidó del tiempo, de los espejos, del amor y la
palabra.
Lo popular seduce y avergüenza; atemoriza como
los invasores que ingresan por la ventana.
La política y la industria se apropiaron de su
nombre, entonces le vistieron de rojo, amarillo, azul y rosado, encegueciéndolo
con luces de neón. Su poesía fue convertida en estribillo de salón y plazoleta.
Antes que su nombre sea analizado por la
academia, solía comer sin servilleta, emborrachándome en la calle luego de
bailar sin control ni pudor en la plaza central de la capital.
Cuando lo popular no tenía nombre, el asco estaba
sin olor. Por eso, lo popular, no vive detrás de las vitrinas y los micrófonos,
si no, en los barrios con lodo, en los mercados, en los micros y en las fiestas
dominicales, es el que no tiene miedo de caer porque su límite no tiene futuro,
ni cielo, ni dios, ni piedad.
Ahora, quiero revolcarme en su charco, olvidar a
la cordura y al lenguaje, para luego salir a las calles, a pescar su
tranquilidad.
JAVIER CALVO V.
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