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TRABAJARÉ HASTA EL ÚLTIMO DÍA






Cuando Trifón Pemintel Mercado tenía 12 años dejó a sus compañeros del Colegio Nacional Junín para dedicar su vida a la fabricación de guitarras, charangos y mandolinas. Su abuelo, Hermógenes Pemintel, fue el responsable de enseñarle este arte que dio sentido a su vida. A diferencia de otros maestros, no sólo le transmitió conocimientos, también la capacidad para aprender de las experiencias, aquellas que se construyen día tras día.

Don Trifón asegura que tomó esa decisión para ayudar a su abuelito que -por entonces- ya se le veía cansando, sin embargo, y aunque no es preciso decirlo, desde muy chico fue sutilmente tentado por la madera, el cincel, las lijas, el variz, las guitarras y los charangos. 

A los 19 años fue al Servicio Militar y se alejó por ese tiempo del taller ubicado en calle Junín, cerquita al Cementerio, donde aún vive y trabaja. En ese domicilio creció don Trifón junto a sus abuelos y a una de sus tías quienes se hicieron cargo de él debido a la muerte de sus padres cuando era aún muy niño.

Como es habitual, al salir de los cuarteles casi todos quieren conquistar el mundo, Trifón no fue la excepción y decidió partir hasta la Quiaca, ciudad argentina ubica en la frontera con Bolivia, donde tuvo la suerte de trabajar en lo que a él le apasionaba: fabricar guitarras y charangos. No tardó mucho en demostrar sus habilidades, por lo que no faltó quien le convenza para trabajar en Salta y luego en Córdoba.

“Un maestro que hacía charangos me conquistó para llevarme a Salta y el hermano de un tal Gregorio Coro -que trabajaba en esa ciudad- había tenido otro hermano en Córdoba y éste me conquistó para llevarme hasta esa capital, hasta ahí conozco, (…) ahí también realizaban manualmente las guitarras”.

Luego de tres años volvió a Sucre y decidió independizarse. Desde entonces, junto a los recuerdos y enseñanzas que dejó su abuelito, empujó al taller para hacer de éste el más importante de la ciudad. Recuerda, que el primer instrumento que fabricó fue un charango con caparazón de Quirquincho.

“Pero ahora sólo se trabaja en madera y ya no con caparazón porque el Quirquincho está en extinción, además cuando encuentran uno en los aeropuertos lo decomisan”.



Sólo en madera

Seguro que su abuelo no sólo le heredó las técnicas, también los secretos para que el sonido sea perfecto, con todo, lo que llama la atención –en este tiempo de alta tecnología- es que estas guitarras, mandolinas y charangos son hechos manualmente con madera laminada de cedro, mara y pino, a diferencia de lo que comúnmente se encuentra en el mercado donde son de venesta construidos en una sola pieza. Para don Trifón el sonido de estos instrumentos no es el mismo, “es más opaco y sordo, en cambio cuando se hace con madera la acústica es mucho mejor”.

Antes el diapasón era de madera, cuenta con nostalgia, pero cuando aparecieron de metal dejó de hacerlo. De ese tiempo guarda muchas anécdotas como los cortes en la rodilla mientras tallaba el diapasón.

Pero si algo también identifica a Trifón Pemintel es su sinceridad, porque a pesar de lo que muchos podrían suponer de que él es carpintero o intérprete de la guitarra y el charango, no, no es así, “no sé nada de carpintería ni sé tocar los instrumentos que fabrico, claro que tengo la habilidad de saber exactamente si está bien o mal el diapasón, porque si se pasa unos milímetros todo el trabajo ya no sirve”.

Está demás decir que su arte es inimitable puesto que la mecanización no se animó a ingresar a este taller donde todo, absolutamente todo sea hace con las manos. Cuando el mundo asume que el tiempo es oro y por ello hay que ir tras él, en este taller el ritmo es impuesto por don Trifón, nunca hay apuro ni tampoco descanso, sabe que tiene un mes para entregar la guitarra tal cual fue su compromiso.

Sentado en su silla frente a la calle Junín, abraza la guitarra y muy despacio lija cada detalle, luego sopla cerrando los ojos dando vuelta al instrumento para volver a lijar. Cuando todo parece haber terminado, saca el barniz y pinta la guitarra como si se tratase de un lienzo, o mejor aún, como si fuera un cristal a quien hay que sacar el mejor de sus brillos. Acurradas a sus pies, están las piezas de madera que esperan ser cómplices de la oscura caja de donde saldrán las cuecas y bailecitos.

Para exportación

Todo comenzó, dice don Trifón, cuando la esposa de Eliodoro Ayllón Terán le pidió, por encargo del poeta chuquisaqueño, varios charangos para mandar a Ecuador, ya que él se encontraba deportado en ese país, “desde entonces soy conocido internacionalmente porque mis guitarras y charangos fueron enviados a Japón, Estados Unidos, Holanda y Francia. Muchos extranjeros vienen al taller y se quedan horas observándome, eso les gusta a ellos (los turistas)”.

Contradictoriamente, fueron pocos los artistas bolivianos que le encargaron la fabricación de estos instrumentos, entre ellos, los Kori Huarias (de la ciudad de La Paz) que en una sus visitas solicitaron varias guitarras.

Sin herederos

Ahora, que tiene 81 años, creé que sus secretos se irán con él porque ninguno de sus cuatro hijos (dos hombres y dos mujeres) quiso aprender las habilidades de su padre, “si no pueden, no se les puede obligar”, dijo como si el destino le hubiera doblegado, pero sin ser jactancioso confesó que gracias a su trabajo sus hijos son profesionales, pero que por motivos de empleo ellos trabajan en otros departamentos.


“De mi profesión no han querido ni oír, así para qué les iba a forzar y obligar que aprendan. Aunque usted no me crea, no pueden colocar a la guitarra ni las cuerdas”.

Su rutina diaria casi es la misma de los últimos 60 años, a las ocho y media abre el taller, luego pasa a almorzar junto a su esposa, después de un par de horas vuelve abrir y trabaja hasta que el sol se escapa de su puerta de madera. Con cierta presunción asegura que nunca le gustaron las fiestas y menos tomar, eso sí, a veces se antoja un cigarrito y en silencio fuma en el patio de su casa, “Últimamente, le seré sincero, ya nada me llama la atención, ¿será a mi no más por qué tengo esta edad? ¿qué será no?”.

Nadie pudo contra él

Cuan si fuera un gato, salió ileso de cinco operaciones: de la próstata, de apéndice, hernia, de la vesícula y después de 17 años le volvieron a operar de la próstata, “doy gracias a dios que todavía estoy vivo, seguramente él aún no me quiere recoger”.

En soledad

Así como su abuelo, Hermógenes Pemintel, don Trifón trabaja en soledad, nunca tuvo un ayudante o alguien que lo acompañe. Al enseñarme una de las guitarras me explicó que tener ayudantes a veces representa una doble tarea porque si se equivocan él tendría que volver hacer y así se pierde mucho tiempo. Por eso en su taller, y sin afán de hacer de este relato un melodrama, es la soledad quien respira; su mesa de trabajo, sus instrumentos, fotografías, cuadros y el tumbado que de rato en rato emula a las olas del mar, cobran vida si él está ahí.

Quedan pocos como don Trifón, en su generalidad son de Aiquile y de la ciudad de Cochabamba, pero eso no le preocupa porque sabe que sus guitarras y charangos son los preferidos, fundamentalmente por los turistas, “felizmente soy más conocido y me siguen buscando del interior y el exterior, por todo eso me siento feliz y con fuerzas para seguir trabajando

Cuando terminé la entrevista, y después de apagar la grabadora, me animé a preguntar ¿algún día dejará de trabajar? se calló por un momento, tomó aire y mezcló la resignación con la alegría a tiempo de lamentar que los artesanos en Bolivia no tengan derecho a la jubilación.

“Pero me siento feliz con mi profesión, por eso le aseguro que trabajaré hasta el último día”.

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