Un día preferí caminar luego de estar sentado dos horas en un velorio, tenía la geta estirada porque no pude sacar un plano general a la familia doliente. Subí una larga avenida acurrucado en las paredes y con la mirada en aquella zigzagueante acera, de pronto me empujaban los bocinazos y el rugir de las motos, pretendí escapar y subí por una calle que se elevaba por encima de aquella avenida de donde surgían matorrales y pequeños árboles que aún pretendían ser, en ese momento mis ojos se quedaron con un pedazo de cielo donde un par de viejas ramas permitieron que el viento marque el compás y así emular a las bailarinas de salón.
Para mis hermanos autistas... Intenta salir el sol en esta tarde lluviosa. Recordar ha sido una afición, una disciplina, una profesión, un delirio jocoso. Guardo historias prohibidas, mutiladas, desmemoriadas. Siempre tuve fijación por los fragmentos que parecen esconderse en el lienzo de una pintura, en el relato histórico, en las imágenes que están fuera del cuadro fotográfico, en los versos que sobran en un poema, en el chirriar de las puertas y ventanas, en las comisuras desprendidas de los rostros, de las manos, de los pies. Cuando converso con alguien, detengo la mirada en sus labios gruesos y áridos, observo sus dedos chuecos, descifro el tono de su voz, el color de los gestos y la espesura del aliento. Prefiero sentarme en el pretil de la acera para observar la línea delgada que separa de la vía. Los árboles son como el universo, es fácil descubrir en ellos guaridas, bichos que pasean, hojas que no terminan de morir, flores eternas, pájaros presumidos y ramas que pa...


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