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ADIÓS QUERIDO PUCHO



Terminé de fumar, desde entonces la sombra y yo permanecemos libres. 

Una tarde de esas dije: 

-Ha llegado el momento, ahora tiene que ser.

Entré a la ducha cuando el sol tocaba fondo y yo titiritando sacudí la abundante caballera que tenía por entonces, me puse una chamarra azul y como quien se alista para una gran celebración, pedí permiso a mis padres para salir.

Sin más valentía que los cinco pesos que me regalaron, compré ocho cigarrillos y una caja de fósforos con la que encendí el primer L&M.

Fue en abril de 1984 que convoqué al pucho como a mi único amigo, confidente y cómplice. Desde ese tiempo fueron pocos los días en que dejé de fumar, solo lo hacía cuando tenía una resaca terrible, porque ni la fiebre reumática, la neuralgia, ni la caprichosa tos, menos la distrofia muscular o la gastritis lograron alejarme de él.

Con los años el cigarrillo fue parte imprescindible de mi vida, no tenía sentido ir al baño sin él, ni tomar café o beber alcohol, también funcionaba como inspirador de cartas interminables, acompañante de canciones melancólicas, en fin, todo o casi todo lo hacía gracias a él.

El otro día me vino una gran añoranza y reconocí que entre las circunstancias que más me hicieron feliz en la vida fue haber sacado chispas a cada fumada, que placer más hermoso es fumar despacito luego de la desesperación, botar el humo y ver al frente dibujadas las penas, luego sonreír y dejarse llevar por ese pequeño instante de paz. En esos momentos todo era soportable porque asumía que al frente había muchas posibilidades y que –igual que el humo- nada era infinito. 

Pero también sabía, desde un principio, que el cigarrillo mata o en el mejor de los casos provoca daños irremediables, por eso ahora no puede hacerme al desentendido. Pienso que el que asume algún vicio tiene tendencias suicidas, un camino largo pero placentero hacia la muerte.

A pocos días de que mi padre fallezca le visité en el hospital, al ingresar a la habitación se dio cuenta que acababa de apagar el cigarrillo y me comentó que por fumar estaba en esa situación (insuficiencia respiratoria), me miró y sus palabras no ordenaban solo pedían que deje de hacerlo, solicitud que jamás fue considerada, mas siguen revoloteando en mí otras palabras que mucho antes quedaron clavadas en el silencio.

“Si quieres ser libre, primero libérate del cigarrillo”

Cuánta razón tenía mi padre, pero en ese tiempo ser libre significaba atarme voluntariamente a un vicio, a una mujer, al alcohol, a la música, a los amigos (escasos), al trabajo, al dinero, a los sueños y a la soledad. Después de haber decidido dejar de fumar, hoy comprendo esas palabras y siento más libre al corazón, la caja de cambios que tenía en mí se arruinó, y hoy, soy quien impone el ritmo a mi vida. Los deseos y apegos fueron secuestrados por el humo que escapó por la ventana, por eso, siento más viva, más libre y más feliz a mi libertad que prefirió renunciar al todo para descansar en la nada.


Javier Calvo Vásquez

Sucre, 25 de junio de 2014

Comentarios

Unknown ha dicho que…
a parte de haber leido lo escrito


por usted que más que todo son

vivencias me alegra en el alma que

haya tomado esa desición...

ATentamente,
Angélica
Anónimo ha dicho que…

lei su artículo "Adios Querido

Pucho", que recoge vivencias

vividas y muchas cosas más ...de


todo esto me alegra de todo

corazón que siga siendo feliz.


atentamente,

Angélica



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