Seguí sus pasos que recorrían la habitación. Se detuvo frente al espejo para acariciar sus manos con un protector, a tiempo de esforzarse para detener a la falda que resbalaba entre sus muslos. Me miró mientras el botón de la blusa quería reventar. Se sentó al borde de la cama y revisó el celular. Se paró y de una patada mandó a un rincón del cuarto a mis queridos zapatos cafés.
Me miró, se acercó y la palma de sus manos rosaron mis labios. Estiró la falda una vez más y dejó la puerta abierta.
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