Con cariño y afecto para mi familia Calvo - Vásquez
Siempre fui un fisgón de alegrías, de cinismos y de mentiras
Recuerdo que los estudios fotográficos exponían en sus vitrinas fotos de matrimonios, graduaciones, bautizos, elección de reinas de belleza, equipos de fútbol, ch’allas y cuánta celebración se producía en la ciudad de Potosí. Los rostros vidriosos parecían reventar, y claro, no faltaban los inoportunos que se colaban en las fotos estirando el cuello o contorsionando el cuerpo, también no estaban ausentes los distraídos que haciendo gala de su prisa entraban al cuadro como el viento, el sol y lluvia.
Hallaba en cada foto muecas, lágrimas que disimulaban sus grietas, zapatos rotos que se ocultaban entre la multitud, chalinas deshilachadas, cabellos desordenados, vestidos transparentes, corbatas que retenían forzadamente los pedazos de torta, masetas fracturadas, puertas entreabiertas y sillas rotas en un rincón de la plaza; ahí estaban -haciéndome despertar- esas “pequeñas y hermosas cosas”, como muy bien describió Joan Manuel Serratte.
Me quedaba absorto ante esas imágenes que las retenía en mi memoria cuan inventario fiscalizador, por eso cuando no las volvía a ver en las vitrinas me solía preguntar ¿quién habrá recogido esas fotos? o forzaba a la imaginación semejando al fotógrafo con el panteonero y pensaba ¿habrán quemado las fotos por falta de espacio en los álbumes?
Años después comprendí que cada foto es independiente de quien la toma e incluso de sus protagonistas, adquiere voluntad propia y deja de ser pasado para ser un presente inconcluso e interminable para el espectador.
Hace un mes estuve en Potosí y visité a mi madre, ella aprovechó mi presencia para mostrarme antiguas fotos familiares, ahí están mis padres, mis abuelos y abuelas, mis tíos y tías, a pesar de no haberlos conocido o no haber compartido mucho con ellos, cada foto me proyecta y me descubre.
Observé una a una y no niego que
tuve todas las ganas de robar ese material rico por su aporte a la sociología y
la antropología ya que fácilmente pueden convertirse en objetos de estudio, de
esa manera analizar ciertos contextos socioculturales, pero no, preferí sacar
foto a la foto para quedarme con ese ahora en el que reconocí ocultos detalles,
forasteras e intrusas sombras y contraluces, que fueron un día encontradas por
la fotografía.
Todos dejaban de ser pasado y la foto recobraba su estar aquí, en ese instante las referencias superaban al contexto, ahí estaba mi abuela reteniendo la mirada y su respiración mientras mi abuelo disfrutaba del sol y la buena lectura. Mi madre, casi desenfocada, estaba distraída en medio de matorrales, sorprendida, temerosa y extraña; a su lado sus padres y hermanos, cada quien con una señal que -por entonces- quizá no tenían el menor sentido, ahora creo que podrían servir de respuestas necesarias. En otra foto esta mi tía, apretujando con su cariño, como acostumbra hacerlo hasta hoy con todos sus sobrinos.
Mi padre siempre emitía una inquietante mirada transparente que se escondía en el anonimato. En las fotos familiares de mi padre reconozco la seriedad protocolar de mis tíos y esa timidez congénita que me descubre y revela, ahí están, ellos miran al frente para guardar celosos su destreza en el baile, en el canto y la poesía.
La foto de mi abuelo, enviada desde Uyuni durante la Guerra del Chaco lanza muchas preguntas, por ejemplo ¿por qué alguien intentó borrar lo escrito por mi abuelo? ¿cuánto temor guardaba cada palabra? ¿cuánto cariño escondía cada letra? y ¿cuantas fortalezas se engañaban ante esas miradas?
Seguramente estas fotografías traerán melancolía a mis hermanos, primos y sobrinos, mas esa no es mi intención, por el contrario, ojalá que cada quién halle símbolos, signos, detalles que rebasen al pasado, para que de esa nueva relación se puedan construir distintos presentes. Pero también quiero compartir con mis amigos, porque para ellos todos son extraños, lo que posibilita abrir nuevas miradas de donde nazcan historias, emociones y encuentros.
Javier Calvo Vásquez
Sucre, junio de 2015
Comentarios