Corría junto a sus dos hijas por las calles, las plazas y los parques, preguntaba a los vecinos y pedía ayuda a las radios. Abruptamente se detenía para dar vueltas a la mirada, mientras el aliento se tomaba un respiro. No encontrarla en los hospitales le llenaba de cierto alivio, pero su tristeza doblemente se robustecía. La misma sensación le produjo cuando en la policía no sabían dónde estaba y desde la puerta se veía tan grande la ciudad que desfallecían sus piernas.
De pronto, una llamada paralizó el pulso. Una chica con las mismas características de Arminda estaba en la morgue y necesitaban reconocerla.
Seguramente sus pasos se pusieron caprichosos para no llegar a su destino, probablemente también su desesperación quería un alivio. Descubrió la sábana que cubría el rostro de la muchacha que yacía en ese mesón sucio y frío. Qué alegría, no era su hija la que esperaba que alguien diga su nombre.
Pasaron 24 horas y nadie sabía de Arminda.
Únicamente se aguardaba al nervioso ring, ring del celular y a los bruscos golpes en la puerta. Así fue, le llamaron convocándole al hospital porque había una muchacha no identificada en Terapia Intensiva. Rápidamente salió de su casa. Y sí, Arminda dormía profundamente en ese ambiente lleno de cables y aparatos.
El médico informó que estaba fuera de peligro, que recibió algunos golpes en la cabeza, pero no representaban mucha gravedad. Lo terrible, dijo el doctor, es la fractura en la espalda y debido al traumatismo ella jamás volvería a caminar.
Estuvo una semana en Terapia Intensiva y dos meses en el hospital. La operación de la espalda duró dos horas lo que provocó que perdiera mucha sangre.
Arminda Valeriano se cayó de un puente que tiene entre 15 a 20 metros de altura, cerca al barrio Patacón (Sucre). Ella tenía 16 años, cursaba el primer año de secundaria y debido al accidente pasaron varios años para que retomara a sus estudios.
Sus padres se divorciaron y desde entonces mantuvo una relación más estrecha con su madre, quien vende pipocas y papas fritas en la calle. Tiene dos hermanas que trabajan y estudian a la vez. Su papá es maestro constructor. Cuando sufrió el accidente él trabajaba en una comunidad rural muy distante de Sucre.
“Después (de salir del hospital) me trasladaron a un centro de rehabilitación donde estuve cerca de tres a cuatro años, durante ese tiempo quise morir porque era una situación muy difícil para mí. Intenté suicidarme por tres o cuatro veces. Yo decía ¿cómo voy a vivir así? soy un parásito, no sirvo para nada. …eran días difíciles. Mi mamá me ayudaba y animaba todo el rato, por eso me pedía que salga a la calle, yo no quería porque recordaba cuando era sana y eso me entristecía”.
Después de algún tiempo se inscribió en un colegio nocturno de donde salió bachiller, mas, lo que para muchos puede tener mucha importancia, para ella no significaba mayor motivación, la idea del suicidio seguía presente porque no poder caminar significaba en los hechos perder la vida.
Se emocionaba cuando recibía visitas porque la soledad también es insoportable, asegura Arminda. Casi todo el día estaba sola puesto que su madre salía temprano a su venta y sus hermanas trabajaban o estaban en el trabajo. Su casa no tenía las condiciones para transitar en silla de ruedas, por eso no salía con frecuencia de su cuarto, esa situación le causaba un sentimiento de impotencia que le ahogaba día tras día.
Una mañana recibe la llamada de una desconocida que pide visitarla y sin más detalles quedaron en el día y la hora. Su madre antes de ir al trabajo le recomendó tener cuidado porque no “sabemos que gente puede ser”, advertía.
Desde la ventana le vio bajar de un taxi y después subió a una silla de ruedas, llegó fácilmente hasta su puerta y tocó dos veces. “Quedé sorprendida al verla, era como yo y eso me llenó de confianza. La invité a pasar y me contó su vida. Me relató sus experiencias de 14 años ayudando a las personas con discapacidad, fue una de las fundadoras de CODEPEDIS, creadora de la institución que se encargó del registró de las personas con discapacidad, gracias a eso yo tengo mi carné. Y fundó en Sucre una asociación de discapacitados”.
Ese encuentro -de algún modo- cambió su vida porque ingresó a un mundo donde ella no era la única con ese tipo de dificultades. Comprendió gracias al programa “Vida Independiente” que podía valerse por sí misma. Al poco tiempo ingresó a la Asociación Nueva esperanza que después de algunos años fue su presidenta.
“Pasé muchas cosas terribles, tuve distintas bajas, pero llegué hasta aquí. Me superé y ya no quiero morir, más bien quiero impulsar a muchos por un cambio, donde las personas con discapacidad seamos incluidas. Ahora soy independiente, vivo sola, pago mi alquiler y mis papás me apoyan, me ayudan con las cosas que me faltan. Junto a la asociación Nueva Esperanza damos asistencia personal. Estudio en la carrera de Trabajo Social y estoy ayudando en esta campaña, por todo eso me siento muy productiva”.
Arminda Valeriano |
Tener la discapacidad física contrae diversas dificultades, las que serían –si se quiere- soportadas si existieran condiciones que posibiliten el tránsito de las sillas de ruedas, de los bastones y de las muletas. Las aceras son angostas, es prácticamente imposible ingresar a los mercados, a los centros educativos, a la Universidad, a los centros comerciales, a los micros y a casi a todas las instituciones públicas, como también privadas, si no se cuenta con la colaboración de alguien. No existen rampas, esos edificios están pensados para los otros, negando así la existencia y la presencia de las personas con discapacidad.
Esta negación se manifiesta a través de diferentes actitudes recurrentes. Arminda cuenta que durante estos años muchos le gritaron en la calle cuando pedía espacio para transitar en las aceras o poder subir a un micro
- ¡Para qué sales a las calles, deberías quedarte en tu casa! ¡Si yo estuviera enferma no saldría de mi casa!
A diferencia de los “otros” los discapacitados gastan más en trasporte. Como no pueden ingresar a los micros porque no cuentan con sistemas mecánicos que ayuden a subir con la silla de ruedas, deben utilizar taxis donde pagan 10 bolivianos por carrera. “Cuando mi mamá me llevaba a mis curaciones, pagaba 5 bolivianos por curación y 20 bolivianos por el taxi.
Lo evidente es que no existe la voluntad política para cumplir la ley 2023 que establece la obligatoriedad de crear rampas y otros sistemas que faciliten el acceso a las instituciones comerciales, financieras y educativas, etc. Por tanto, si no existen estas condiciones, difícilmente podrán lograr un trabajo que les ayude a tener una vida digna.
“Si bien el tema de la discapacidad se ha visibilizado con mayor fuerza en los últimos años, lastimosamente andamos en la misma rueda, volvemos a tropezar con las mismas cosas, porque no se toma en cuenta la participación activa de las personas con discapacidad y, contradictoriamente, la actual ley 223 señala que nosotros debemos ser los principales actores de las políticas públicas en favor del sector, por ejemplo, cuando la Alcaldía decida hacer una rampa ahí tiene que estar la persona con discapacidad para ver si está bien o mal proyectada porque al final los que vamos a utilizar las rampas somos nosotros, pero no siempre se piensa así, se construyen cosas desde la perspectiva de los que no tienen nuestros problemas, no se toman en cuenta la altura y el ancho de las rampas ni de las apoyaderas”.
Vigilia en la plaza 25 de Mayo |
Las personas con discapacidad física del área rural son más desprotegidas que en las ciudades, porque se les identifica como personas inútiles y sin capacidad alguna, por eso no existen centros de rehabilitación y, como es de suponer, la transitabilidad por los parajes, por las chacras es imposible, aun en poblaciones con movimientos comerciales y turísticos más grandes que otros, como Yotala y Tarabuco, no existen las condiciones para el traslado. Las aceras son angostas y las calles empedradas. A los discapacitados del área rural les queda dos caminos: quedarse en su casa a esperar la muerte o migrar a la ciudad para lograr alguna posibilidad de sobrevivencia.
Vigilia de las personas con discapacidad en el frontis de la Gobernación Chuquisaca |
Según el registro que levantó la exCODEPEDICH, en Chuquisaca son aproximadamente seis mil las personas con discapacidad, pero es muy probable, como explicó Arminda, que el número sea mayor porque en las provincias de Chuquisaca la discapacidad es invisibilizada no sólo por motivos económicos o sociales, sino fundamentalmente por factores culturales.
Arminda Valeriano, que es representante de la vigilia en la puerta de la Gobernación, asegura que la pobreza, la discriminación y el abuso del poder en contra de su sector, ha generado la resistencia y la valentía de hombres y mujeres que desde sus sillas de ruedas, muletas y bastones, están interpelando al Estado. Están exigiendo el cumplimiento de la ley, están demandando inclusión y no están pidiendo a la sociedad su limosna, sólo quieren una vida digna.
“Me duele la prepotencia del gobierno, me duele como son tratados mis compañeros, pero todo esto me fortalece. Quiero que sepan que no soy distinta, soy como cualquier otra persona. Tengo mis bajas, me duele la espalda y el cuello, pero a pesar de todo conservo la alegría de vivir”.
Javier Calvo Vásquez
Sucre, abril de 2016
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