Lo bueno de estar solo en un boliche es que luego del primer trago, ya no deseas estar contigo y uno siente al inquietante movimiento de las sillas, de los vasos y de la música que está únicamente para cubrir las conversaciones privadas.
Por algo que –seguro- tiene el alcohol, los oídos se abren y los ojos reconocen más fácilmente.
Del otro lado, ella hablaba, hablaba, hablaba y él, no hacía otra cosa que mirarla, mirarla, mirarla.
Que aburrido, pensé, pero a pesar de esa escena monótona, algo me forzaba a observar a ese par de señores que probablemente estaban cerca de cumplir 50 años.
Ella no tenía tiempo ni para hacer caer las cenizas del cigarrillo y él empañaba la copa de vino con su sudorosa mano
De pronto, cuando ella impulsaba al respiro, él la interrumpió diciendo
-Por favor discúlpeme, comprenderé si después de lo que le diga, usted ya no me quiera hablar, es más, le apoyaré si me empuja del pretil de la acera, fingiré que fue un accidente. Cuando la vea venir por la calle, inmediatamente sacaré el celular y ocultaré mi rostro en la pared, así usted no tendrá por qué entrar a la tienda y escapar de ese fortuito encuentro.
Mientras él se esforzaba en explicar ese asunto, ella aprovechó para fumar y hacer dos secos mojados con dos copas rellenas de vino. Por un instante, que para ambos fue terriblemente prolongado, nadie dijo nada. Luego, él prosiguió:
-Estoy peligrosamente enamorado de usted, sé que a nuestra edad, amar es una locura, pero aun sabiendo que el mundo nos lanzará al vacío y que nuestras familias nos escupirán, sepa usted que no pondré ningún esfuerzo para dejar de amarla. Ahora ya no importa si paga la cuenta y me deja con las flores, sepa que soy feliz en su mirada.
Se calló y volvió a fumar. Por primera vez le vi tomar un sorbo de vino, que más parecía un desahogo.
Ella vació a la copa lo que sobraba en la botella, apagó el cigarrillo, se paró, arregló su cabello, cogió el bolso y bebió con la mirada dirigida al fondo de la copa. Al ver que él no tenía la intención de retirarse, agachó la cabeza y decidió dejar a sus labios en los labios de él.
Los erosionados latidos dejaron de tener sed.
Ante esas expresiones de cariño, llamadas también amor, siempre me ruborice, entonces torcí la cabeza… volví a sentir el movimiento de las sillas y al grito desenfrenado de una adolescente que quería ser Axl Rose, cuando jugaba a equilibrista en la barra del boliche.
Dejé la cerveza, apagué el cigarrillo en el piso y salí presuroso como si alguien me estaría esperando. Del otro lado de la ventana estaban ellos, aún colgados de un beso.
Después de esto, tal vez gane el estandarte de la cursilería, pero a esos señores -que no tenían rostro conocido en un lugar de eructos, cumbia, rock-metal y hip hop, con cerveza por el piso y manteles con huellas de cigarrillo- no les interesó donde estaban y sin pretender ser amantes, novios o simplemente amigos, abandonaron el final de telenovela mexicana y provocaron al "soy feliz contigo", con el "somos felices ahora".
Javier calvo
Agosto de 2016
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