Habituado a ver los mismos rostros mientras duermo, un día ingresó una mirada desconocida que detenía su respiración y festejaba su brillo.
En este mundo de espejos todo parece igual, incluso las repentinas caídas que no tienen fin. La peregrina se abrió paso para obligarme a dar vuelta. No reconocí su luz ni la sombra que proyectaba sus ojos
A pesar de las anchas avenidas y los rascacielos, nada cambió, al final y como antes, me senté en una banqueta desde donde observé a quienes transitan en mis sueños.
Te acuerdas, cuando nos conocimos simulé tener prisa hasta que me detuvo tu contemplación que sin verla sabía que estaba ahí, insististe y planteé desafiar tu atrevimiento para huir con hidalguía, mas, tu forastera vigilia -que parecía perdida- fue lo único nuevo que encontré y me retuvo en este espacio eterno.
Pasé raudamente por el Prado y corrí entré la prisa de los autos y el barullo de la confusión… llegué a la plaza y aún esperabas… nos hallamos y desde entonces evitamos preguntar lo que conocemos.
Todavía eres una exiliada en mi dormir y yo un advenedizo en mi propio sueño.
Siempre fue así, oculto en tu mirada.
(En estos 30 años) ¿Cuántas tormentas cesaron? ¿Cuántos cristales se empañaron? y ¿Cuántas cartas no se abrieron?
A pesar del persistente insomnio, aguarda tu sonrisa y mi respiración retenida.
Javier Calvo Vásquez
24 de septiembre de 2018
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