-Descansemos, ya es muy tarde –dijo- apagó la lámpara y luego el televisor. Él prendió el cigarrillo y se puso los audífonos conectados al Mp3.
-No tenías que estar aquí, y yo, no debí llegar –murmuró Ivonne- miró a otro lado y cerró los ojos. Él veía la ventana como observa el niño la puerta cerrada de su escuela, entretanto, sus labios rajados se humedecían con la punta de la lengua.
La luz del sol entró por los surcos que dejó la cortina y descubrió el humo del cigarrillo momificado, recubierto por el polvillo gris que se deprendió de la alfombra.
Él dormía acurrucado en un rincón, las frazadas cubrían todo su cuerpo menos los pies. Del otro lado, la cama despertó vacía.
Por quinto día La Paz amaneció cercada. Las calles bloqueadas por micros, taxis, mesas, piedras y banderas, crespones negros en las puertas y niños jugando en el centro de las avenidas. Ivonne caminó muchas horas antes de llegar a su casa. En el trayecto se encontró con comerciantes, fabriles, alcohólicos, barredoras, prostitutas, lustrabotas, sandwicheras y carniceros que bajaban de Villa Adela, Pampahasi, Villa Fátima, Cristo Rey y Tembladerani. Casi todos la saludaban, ella contestaba con el balanceo de su cabeza.
Entró a la cocina, se sentó en una de las esquinas de la mesa, preparó dos tazas de café. Al rato, Luis apoyó una de sus manos en el espaldar de la silla y la otra cubrió los ojos de Ivonne.
-Ya me voy, si no me apuro no llegaré nunca al trabajo –dijo- sopló el café y por un instante su mirada se ahogó en el fugaz remolino que se formó en la taza.
-Que estés bien –atinó a decir Ivonne- y siguió removiendo quedita la currarilla en un intento desesperado para detener ese instante.
-¡Hazle despertar a Brenda que no se acostumbre a dormir hasta tarde! –gritó Luis desde la puerta del Jardín.
Javier Calvo Vásquez
Octubre de 2018
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