Estos son los últimos días, sentenció Miguel.
Desde entonces nunca más se le vio solo, las visitas fueron frecuentes desde las siete de mañana hasta las 11 de la noche. Su hermana mayor dejó en la puerta del dormitorio el rol de turnos, en él se detallaba los nombres de quienes lo acompañarían de lunes a domingo.
-La muerte se aprovecha de los hombres solos, solía decir, además de revelar que Miguel no debía dormir durante el día, por eso recomendó mantenerlo distraído con cualquier tipo de historias.
Lo acompañaban, sus hijos, los hermanos, las amantes, los sobrinos, los amigos y amigas, los gatos, los perros, los geranios, los cactus y el bambú.
Cada quien llevaba un tema especial para contar a Miguel. Los amigos hablan del Evo, la corrupción en la universidad y entregaban el detalle de los nuevos divorcios. Los hijos hablaban muy poco, por lo general leían poesía, cuentos de Kafka y Borges. Las amantes recordaban los viejos tiempos, informaban sobre las nuevas enfermedades y aplastaban las papas del almuerzo. Los hermanos se referían a las novedades de la familia, las intrigas y chismes. Los sobrinos se sentaban en el borde de la cama y cambiaban los canales del televisor a gran velocidad.
-¿Qué quieres ver tío? –preguntaban- Y sin esperar la respuesta continuaban jugando con el control remoto.
Los vecinos le visitaban después del almuerzo, llevaban postres y galletas de agua. Alguna vez pastillas.
Miguel preguntaba, reía, protestaba y muchas veces se detenía en una imagen en tanto el cuidador de turno seguía con el relato.
Con todo, no llegaba el último día de Miguel.
Todos perdieron la paciencia y dejaron de cumplir los turnos, los gatos retornaron al techo, los perros volvieron a perseguir al olor de las perras . El bambú y el cactus escaparon detrás del sol.
Después de algún tiempo, la hermana mayor se enteró que pasaron dos meses desde que murió Miguel. Entonces informó del deceso a la familia y conocidos.
Un día se encontró con uno de los amigos de Miguel, quién la saludó y continuó su camino por la empinada calle.
-En ese momento, les juro, parecía ver a Miguel, -dijo la hermana-.
Que grave, respondió el hijo menor y contó que una mañana encontró al gato durmiendo en la cama de su padre.
-Dormía como él. Balbuceaba al mismo ritmo como abría y cerraba los ojos.
Miguel murió el último día de enero, así indica el certificado de defunción. Nadie sabe si en ese momento estaba solo. Tampoco nadie conoce dónde está enterrado.
-Dicen que murió, pero a nadie le consta, advirtió Samuel, el mejor amigo de Miguel.
-jajajaja -se rieron todos-
-Miguel decía lo mismo cuando le contaban de los muertos..., -recordó una de las amantes-.
Y volvieron a reír...
Javier Calvo V.
24 de marzo de 2019
Este cuento está inspirado en las
enseñanzas del maestro budista Thich Nhat Hanh
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