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EL VIAJE


Fragmento del cuento EL VIAJE

Esa mañana amaneció nublada y antes que el perro husmee por las hendiduras de su puerta, agarró una hoja de papel y escribió.

-Me voy, gracias y disculpen por irme de este modo, estaré bien. Por favor no me busquen ni avisen a la policía. –Decía la carta escrita con lápiz rojo.

Durante muchos años Mariel planificó este viaje, mejor dicho, su partida. Según sus cálculos los ahorros le durarían por lo menos tres meses, lapso suficiente para no trabajar. Pensaba que ese tiempo era necesario para conocer y dominar su nuevo territorio, que, como ella explicó muchas veces a sus amigos más íntimos, sería el único lugar donde no se sienta una extraña.

-Es como un llamado profético -solía decir- no puedo postergar mi viaje porque temo perder el aroma de los árboles que llega desde tan lejos. No tengo otro modo para explicarlo. Seguro creen que estoy loca -decía entre risas-

Desde niña esperó el momento para escapar a Coroico, en tanto contemplaba dibujos y fotografías de los bosques, ríos y praderas, de las lagunas, cascadas y de millones de mariposas tendidas como alfombra a un costado de los caminos de herradura. Se veía estar en la punta del monte para contemplar a las nubes que viven debajo del cielo. Creía sentir el olor de la coca y el café recién cosechados, de las naranjas que rebotan unas contra otras mientras ruedan por sendas angostas de lodo, piedra y riachuelo.

Alguna vez le preguntaron de qué trabajará cuando se terminen los ahorros. Ante la insistente pregunta, explicó más de una vez que aprenderá el secreto de las plantas medicinales y con esos conocimientos su sueño era sanar a las personas.y animales.

-No pediré dinero a cambio –decía- que me den comida, agua, techo y ropa es suficiente.

Por descuido olvidó programar el costo del pasaje del taxi que la lleve desde su casa hasta la zona donde parten las flotas a los yungas y como cada peso de sus ahorros debía gastarse en algo específico, no tuvo otra opción que recorrer desde el tradicional barrio Ferroviario hasta Villa Fátima. Caminó más de dos horas en ese amanecer lluvioso y a pesar del empeño que puso por llegar antes de las siete, el bus a Coroico partió quince minutos antes de la hora establecida.

-Por favor espere afuera, aquí (en la oficina) debemos guardar el equipaje de los turistas y la carga –Dijo la secretaria- a tiempo de entregarle el pasaje para el bus de las diez.

Mariel salió de la estrecha oficina secando su rostro con la manga de la chamarra de Jean. Buscó un lugar para sentarse, pero hasta el más pequeño espacio estaba ocupado por comerciantes y otros pasajeros que se guarecían de la lluvia. En eso, encontró un parque al borde de la calle, casi besando la ladera. El tobogán, el sube y baja y el columpio.

-¡Por fin el columpio está libre! –Gritó Mariel- corrió hacia él y se sentó en la tabla podrida con cuerdas remendadas. Cerró sus ojos y dejó que el vaivén de sus piernas la impulse una y otra vez hasta que la punta de sus pies parecía tocar el cielo y sus ojos suponían estar dentro de las nubes.

Tanta era la velocidad del columpio que sus cuerdas estaban a punto de perder el equilibrio y dar un giro de 360 grados. El cuerpo de Mariel presumía ser un molino que expulsaba a la lluvia cual huracán desorientado. De un momento a otro, contrajo sus piernas para dejar en libertad al columpio y a las imágenes que por instantes se paralizaban en su mente. Logró, en ese momento, que desaparezcan todos los pensamientos como promete la meditación zen. No quedaba  en su mente ni la nada.

-¡Señorita, señorita! ¡Su bus ya está partiendo! –Anunció la secretaria-

El columpio continuó con su parca velocidad, mas ella no podía saltar de improviso y romper el ritmo del viento, debía esperar que retorne la calma para apreciar la transparencia de la lluvia.

Su bus se alejó rumbo a la cumbre y la secretaria puso el último candado a la puerta de su oficina.



Javier Calvo Vásquez
Sucre, 26 de febrero de 2020












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