El olor a quemado se expandía por la angosta calle Camargo, desde la esquina vimos que un grupo de personas interrumpía el tráfico en mitad de la calzada, junto al ulular silencioso de las luces rojo-azul de la patrulla apilado junto a la ambulancia del hospital Santa Bárbara. La curiosidad periodística apuró nuestros pasos hasta la vivienda número 534, ingresamos por el denso humo que se estancaba en el estrecho zaguán mientras la fetidez nos detenía. Subimos las gradas con timidez en medio del asfixiante olor a carne chamuscada.
La luz del sol apenas iluminaba la habitación lo que impedía divisar el cuerpo ya inerte, los periodistas y policías circulaban por el lugar como si se tratara de una romería en tanto se tapaban la boca con lo que podían. En medio de la neblina vi a Dora tendida en una cama vieja, parecía desvanecerse junto a las bocanadas de humo que expulsaba, supuse que los bomberos interrumpieron a las brasas que se encaminaban a terminar con la piel tersa de esa mujer a la que amarraron sus extremidades al espaldar del catre de donde goteaban, como estalactitas, restos del colchón de lana.
El informe preliminar del médico forense decía que la quemaron estando viva, se estima que primero taparon su boca con un trapo, amarraron sus piernas y abrazos para violarla, echaron alcohol sobre ella y prendieron fuego. “No es posible que primero haya muerto y luego la hayan quemado porque solo cuando el cuerpo está vivo se producen ampollas debido a la presencia del fuego, lo que existe y está comprobado en este caso”, explicó el galeno, al puntualizar que la causa de la muerte fue por quemaduras que provocaron paro cardíaco respiratorio – trauma físico. “Ella ha debido sufrir mucho al ser quemada estando viva”, lamentó.
El hecho sucedió en Sucre durante las primeras horas del 15 de noviembre del año 2000 en ambientes del Instituto de Computación ICP Siglo XXI. El asesinato de Dora Vacaflor de 22 años reabrió el debate sobre la inseguridad ciudadana, la impunidad y la retardación de justicia. Los padres de familia, las juntas vecinales y las organizaciones de mujeres protagonizaron ruidosas manifestaciones de protesta y acompañaron al ataúd a su última morada en medio de rumores sobre la víctima, las causas del crimen y los sospechosos del ilícito.
El periodista Fernando Suárez, en esa ocasión, presentó un reportaje sobre asesinatos no esclarecidos, entre ellos, de varias mujeres a manos de sus parejas o exparejas, es el caso de una estudiante de medicina que murió en 1995, sus restos desmembrados fueron encontrados por las laderas de la zona de Rumi – Rumi (Sucre).
Resalta también el asesinato (1996) (hoy tendría que ser definido como feminicidio) de Adela Cárdenas Vásquez por su exesposo y padre de sus ochos hijos, Vidal Cruz, a quien luego de su captura le sentenciaron con 30 años de prisión sin derecho a indulto, empero, años después sus abogados pidieron la reducción de la pena por buen comportamiento y haber cumplido las tres terceras partes de la condena, es así que el 2019 recupera su libertad.
En 2013, en Bolivia se promulga la ley Nº 348 que reconoce el feminicidio como un delito, definido como la acción de extrema violencia contra la mujer “que viola el derecho fundamental a la vida y causa la muerte de la mujer por el hecho de serlo”.
Con todo, son cada vez más las mujeres asesinadas en manos de quienes un día juraron amarlas por el resto de sus vidas.
El observatorio de la Coordinadora de la Mujer, informó a fines del 2020 que hasta el 20 de diciembre de ese año se registraron 113 feminicidios (tres menos que el 2019), de los que únicamente 12 autores tienen sentencia. Hasta el 30 de abril de este año, según la Fiscalía General del Estado, se confirma el deceso de 35 mujeres a manos de sus parejas o exparejas: La Paz 9 casos, Cochabamba 7, Santa Cruz 7, Oruro 4, Potosí 3, Beni 2, Chuquisaca2 y Pando 1. Tarija no registra casos.
La criada
Como tantas niñas indígenas de Chuquisaca, Dora llegó a Sucre a los 12 años (1990) de la provincia Azurduy. Sus padres –como se acostumbra hasta hoy- la dejaron con una familia “conocida” para que colabore en las labores domésticas de la casa.
Esta práctica, heredada de la colonia, convierte a las niñas en “criadas” de la “señora” a quien también se la llama “patrona”, quién ve a las niñas –por decirlo de algún modo- sin habilidades ni conocimientos lo que justifica su afán apostólico de educarlas por las “buenas costumbres”. Con esa convicción, les enseña a cocinar, lavar, limpiar y desarrollar las tareas domésticas, además de darles comida y un colchón para dormir. Su permanencia en la ciudad, el acceso a la alimentación y educación están condicionados a la sumisión que demuestren, dejando en ellas la advertencia que únicamente el cumplimiento de las órdenes les abrirá las puertas del mundo.
Se conoce muy poco sobre la vida de Dora en esa casa, por ejemplo, no se sabe cómo la trataban, cómo fue su tránsito de niña a adolescente, a qué colegio asistió, quiénes eran sus amigas, qué le gustaba, a qué le temía y a quiénes amaba. Lo que sí se tiene certeza es que nunca perdió el contacto con sus parientes de Azurduy.
De acuerdo al informe de Correo del Sur (16/11/2000), Dora reveló a su prima que mantuvo una relación oculta con el hijo de su patrona para quien quedó embarazada cuando aún era menor edad (19 años), no obstante, dejó claro que la recién nacida no fue fruto del amor entre ambos. La misma nota de prensa revela que la abuela paterna reconoció que la niña es su nieta. “Él no se negó, pero me dijo que solo pasó una vez”.
Desde que se supo que Dora estaba embarazada para el hijo de la patrona, la convivencia en esa casa se hizo insoportable lo que la obligó a buscar otro lugar donde vivir. “Me dijo que sus cuñadas le tenían bronca y por eso se salió de esa casa” relató su prima.
Al poco tiempo, se inscribe en el Instituto de Computación y Prótesis Dental Siglo XXI (ICP), bajo un contrato especial de trabajo que definía el pago de las mensualidades a condición de cumplir las labores de portera y regente.
Con el objetivo de concluir sus estudios de Mecánica Dental T.S., Dora otorga de manera verbal la custodia de su hija de dos años a la madre del progenitor que hasta ese tiempo no la reconoció. Él era egresado de la facultad de Medicina que realizaba el año de provincia en Camiri.
Grover Cárdenas
Conforme a las investigaciones policiacas realizadas en esos días, se supo que el exenamorado de Dora y expromotor del instituto ICP, Grover Cárdenas, rondó por el lugar del hecho entre las 10 y las 12 de la noche del 14 de noviembre de 2000 (horas antes del asesinato), en ese lapso, Grover habría visto ingresar al inmueble del instituto a un muchacho quien supuestamente era la nueva pareja de Dora, al promediar la media noche éste habría salido de la casa.
Durante las primeras horas del 15 de noviembre, Grover se acerca a un taxi estacionado en una de las esquinas de la calle Junín (expeanotal) para pedir al chófer que lo lleve al mercado negro (cuatro cuadras arriba). En el lugar, sale a llamar de una cabina pública, luego de insistir varias veces sin éxito retorna al taxi para dirigirse a Entel donde vuelve a llamar, esta vez conversa por algunos minutos. A su retorno, ordena que lo lleve a la calle Camargo casi esquina Aniceto Arce, el taxista así lo hace y estaciona frente al instituto ICP. Cárdenas le comenta que su padre lo espera en ese dirección, al rato, ingresa al instituto de donde saca cuatro computadoras guardándolas en la maletera el taxi, en eso, pide que lo lleve por inmediaciones del aeropuerto Juana Azurduy, ahí se encuentra con dos personas a quienes entrega las computadoras, uno de ellos es Ulises Bustillos Dorado, que días después desveló a los policías que le dio a Grover 200 dólares como primer pago por la venta de los equipos de computación, comprometiéndose a cancelar el resto en cuatro cuotas (de 200 U$ cada una).
Bustillos confesó además que Grover lo llamará para quedar dónde y cómo debe enviar el monto adeudado. Es así, que el viernes 24 de noviembre, a nueve días del delito, se comunica por teléfono con Ulises para pedirle que remita el dinero a La Paz.
-Mandaré en un sobre a tu nombre –le dijo- mañana podrás recoger de la flota 10 de Noviembre.
Colgó el auricular en presencia de los policías que a los minutos se pusieron a planificar la detención. El encargado del caso, mayor Julio Taboada, sacó de su escritorio 200 dólares falsos y ordenó lo franqueen a nombre de Grover Cárdenas. Al promediar las once de la mañana del mismo día, el jeep Toyota de la Policía Técnica Judicial (PTJ) calentó el motor para emprender el viaje a la sede de gobierno.
Llegaron alrededor de las dos de la mañana del sábado 25 de noviembre y desde las 6:00 se apostaron los tres oficiales en distintos puntos de la terminal donde, a eso de las 9:00, ingresó despacio la flota haciendo rechinar sus frenos. Los policías observaron con cautela cómo los ayudantes descargaban el equipaje y la correspondencia.
A las 10:30, Grover se acerca a la caseta de la flota 10 de Noviembre y reclama el sobre a su nombre. Una vez en sus manos, dio vuelta su cuerpo y se encontró con dos rostros que le impidieron el paso.
-¿Usted es Grover Cárdenas? -preguntó el agente de inteligencia- ante el pálido gesto que buscaba respuestas que le ayuden a huir.
-Yo no sé nada –contestó- este dinero es por la venta de un televisor.
Sin más, se rindieron sus brazos y los policías lo enmanillaron conduciéndolo a la patrulla. El oficial de la PTJ llamó a su comandante para informar que la misión fue exitosa y que en seguida lo trasladarían a Sucre. Cerca de las diez de la noche, Grover ingresa al Comando Departamental de la Policía de Chuquisaca y poco después confiesa ser el autor material e intelectual del asesinato de Dora Vacaflor.
A las cuatro de la tarde del domingo 26 de noviembre, los encargados de la investigación dieron detalles del hecho y cómo lograron dar con Cárdenas. En tanto los periodistas consultaban otros pormenores, Grover ingresó al salón de honor de la Policía con la cabeza gacha, las manos extendidas en la espalda en un intento infructuoso de ocultar la mirada.
Una sola pregunta resonó el ambiente.
-¿Por qué la mataste? –Preguntaron apuntando las grabadoras y las cámaras al rostro de Grover, en el afán de descubrir algún secreto que todavía no habría sido contado.
Movió lentamente la cabeza en señal de no querer hablar, pero ante la insistencia del periodista Yuber Donoso, con los ojos clavados en el piso reconoció haber quitado la vida a Dora.
-Me arrepiento, sé que soy culpable y merezco mi sanción, -balbuceó, al sentenciar que no hablaría nada más.
El archivo periodístico
Como muchos que vimos el rostro carbonizado de esa muchacha, no olvido hasta hoy esos ojos que petrificaron el grito y la tristeza, esos ojos me impulsaron el 2019 a buscar los detalles orales que ayuden a conocer -19 años después- a Dora Vacaflor. Entonces, pensé que Grover Cárdenas -con los años de encierro- podría tener la disposición de hablar sobre ella. Con ese afán, solicité a la directora (de entonces) del Régimen Penitenciario de la Cárcel de San Roque (2019), María Angélica López, autorización para entrevistarlo. Al tener en sus manos la petición calló por un instante y miró a su ayudante en señal de auxilio. Sin poder ocultar su nerviosismo, informó que el día en que los policías abandonaron la cárcel (25 noviembre de 2007), Crover escapó junto a otros reos.
-Ocurrió durante los conflictos de la Capitalía, -resaltó con una clara tonalidad de quien busca culpables- a partir de ese día no se sabe nada de él, dijo.
Tiempo después, indagué en la División de Inteligencia de la Policía Nacional si estaba entre los más buscados del país, pues no, no está porque -según explicó un funcionario de la institución del orden- los presos antes de huir destruyeron los archivos del penal por lo que se desconocen los nombres. Requerí de manera formal al encargado de kardex de la penitenciaría el informe sobre la situación de Cárdenas, no me entregaron porque el Comando Nacional de la Policía prohibió compartir información de la institución, además de comunicarme que, si la parte interesada (familia) no reclama por la suerte de Grover, el Tribunal de Justicia ni la policía actuarían de oficio.
En enero del año pasado (2020) fui por el Tribunal Departamental de Justicia para conocer el expediente del caso, desgraciadamente, al no ser familiar de la víctima o de quien la mató, no accedí al documento. Entonces, me propuse conocer la referencia más cercana que se tiene de Dora: su tumba. Los panteoneros me ayudaron a llegar hasta el osario que protege sus restos acompañados por una flor amarilla de plástico.
Hasta ese día no tenía nada para redactar la crónica, solo rumores de difícil comprobación, por lo que decidí apelar al archivo del periódico Correo de Sur guarecido en la hemeroteca del Instituto de Sociología Boliviana (ISBO) con la esperanza de reencontrarme –20 años después- con la cobertura periodística que más impactó ese año la sensibilidad capitalina.
La fuga de Crover
Según el reporte de la Agencia de Noticias Fides (ANF), el domingo 25 de noviembre de 2007 huyeron 160 presos de la Cárcel de San Roque, quedaron 30 en sus celdas sin alimento ni seguridad, en su mayoría mujeres con sus hijos que, años después, dieron testimonio de ese momento.
“Los policías abrieron las puertas de la cárcel y se fueron, nos dijeron que estaban viniendo campesinos a quemar la cárcel. Lo primero que hicimos fue cuidar a los niños. A los familiares que ese día vinieron de visita los hicimos salir por la parte de atrás. Al ratito, varios presos cruzaron una puerta (indica con la mano y el cuello extendido) que conectaba la cárcel de varones con la de mujeres y raudamente escaparon por atrás. A muchos nunca más los volví a ver, a otros sí, a quienes atraparon o retornaron voluntariamente”, contó Rocío Cuentas (nombre ficticio).
De acuerdo al informe del Comando General de la Policía de diciembre de 2007, 50 internos fueron recapturados o retornaron voluntariamente, 117 aún están prófugos -en su mayoría- con sentencia por los delitos de violación, narcotráfico y asesinato, entre ellos Grover Cárdenas Gordillo, que desapareció al mediodía, exactamente siete años después de su detención en la terminal de buses de la ciudad de La Paz.
La hija sin nombre
La hija de Dora tenía dos años cuando murió su madre, no había pasado mucho tiempo desde cuando ella la entregó a su abuela con la esperanza que su padre la reconozca y se haga cargo de su crianza.
-La entregué a su papá para que él también la críe. ¡Qué aprenda!- le dijo a su prima meses antes de su asesinato.
En declaraciones a los periodistas en noviembre de 2000, los familiares de Dora manifestaron su intención de hacerse cargo de la niña, aunque esto dependía de que su padre la reconozca o no, entretanto se resolvían esos trámites, la menor permaneció bajo el cuidado de la abuela paterna.
Desde aquel tiempo, no existe evidencia si fue reconocida por su padre o fue adoptada por uno de los familiares de su madre. Este año, la hija de Dora tendría que cumplir 23 años. Igual que tantas huérfanas y huérfanos, esta niña está extraviada y olvidada por los titulares de prensa y por quienes un día exigieron justicia para sus madres.
Javier Calvo Vásquez
Periodista independiente
*Fotografías archivo Correo del Sur (ISBO)
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