“Casi de inmediato comenzó el interrogatorio. Primero fueron los golpes propinados con maderos y culatas de armas largas en la cabeza, las piernas y los genitales. Luego me aplicaron la picana: colocaban un polo (punta de un cable de energía eléctrica) en uno de los dedos del pie y el otro (polo) lo aplicaban en las partes más sensibles. Como cada toque cierra el circuito, el efecto no solo se siente en las partes del contacto, sino en todo el cuerpo. Parece que uno se estuviera quemando por dentro. Dejaban de aplicarme la picana, solo para lanzarme preguntas o amenazas”.
Guillermo
Dávalos Vela fue detenido el 11 de abril de 1972 en la ciudad de Oruro, acusado
de sedición y terrorismo por la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez.
Dávalos, por entonces, militaba en el Ejército de Liberación Nacional (ELN),
organización que participó en la guerrilla de Teoponte (1970). Fue torturado
por alrededor de 50 días, lo que le llevó a comprender que huir era la única
opción para permanecer con vida, le informaron los guardias que el alto mando
militar tomó la decisión de fusilarlo junto a un grupo de presos políticos
porque era inútil continuar con la tortura, estaba claro que no hablaría nada
que involucre a sus compañeros del ELN. A fines de mayo de ese año, logra
escapar junto a dos compañeros hasta a la embajada peruana donde pide asilo
político.
Envío
desde Lima el 27 de octubre de 1972 su testimonio donde relata a detalle los
días que estuvo detenido en distintas mazmorras dispuestas por el gobierno
militar, además, denuncia el asesinato de muchas mujeres y hombres por el
simple hecho de ser sindicado de comunista. El documento, que lleva el título
TESTIMONIO DE UN TORTURADO, se encuentra entre los archivos del Centro
Bibliográfico Documental Histórico de la Universidad de San Francisco Xavier,
se constituye en la evidencia de muchos que aún esperan justicia.
Durante
los primeros días de su arresto la tortura no cesó ante su silencio, por lo que
sus verdugos ejercitaban en él diversos métodos que iban desde la picana, el
chancho (colgado desnudo de los pies), el telefonazo (golpes en las orejas),
toques eléctricos en los genitales, apagar cigarrillos en el cuerpo, bañarlo
con agua helada y caliente. Tiempo después, lo trasladan de la II División del
Ejército a la Dirección de Investigación del Departamento (DID), ahí estuvo
frente al ministro del interior, Mario Adett Zamora y el jefe de inteligencia
del ejército, Rafael Loayza, quienes dirigían el interrogatorio, estaban
también otros militares y civiles entre ellos el coronel Ayoroa, el capitán
Mena, Carlos Valverde Valverí y Esteban Álvarez, estos últimos fueron
dirigentes de la Falange Socialista Boliviana (FSB).
El
testimonio da cuenta que el dolor y el cansancio le motivó planear el primer
intento de fuga. Solicitó hablar con los paramilitares para hacerles creer que
se encontraría con un contacto del ELN en un lugar cercano a las líneas del
tren (en Oruro). Lo llevaron maniatado y con los ojos vendados, en el sitio, lo
desataron para aparentar que estaba solo. “Pasaron cinco minutos, apareció el
tren y vi la única oportunidad”, corrió y corrió con las pocas fuerzas que
tenía su cuerpo y cuando se aprestaba a agarrarse de la cola del tren tropieza
y cae. Se escucha una ráfaga de metralla y sus captores lo detienen forrándolo
de patadas y culatazos. “Regresamos de inmediato al DID. Esa fue la noche más
negra de mi vida. Enfurecidos por el engaño ‘me interrogaron’ con más saña que
nunca”.
A
los pocos días, lo llevan hasta el sótano del Ministerio del Interior (en La
Paz), en el lugar lo torturan durante 72 horas continuas tres cruceños apodados
“Trío Oriental”. Encadenado a una silla no durmió ni comió en esos tres días, entre
golpiza y golpiza echaban agua helada y agua caliente por su espalda. Al no
“sacarle” un solo nombre, lo condujeron a la planta alta del Ministerio para
continuar con el “interrogatorio especial” en presencia del ministro Adett
Zamora, Antonio Elio, Luis Mena, Carlos Aranibar, Tito Benavides (quienes años
después fueron denunciados por narcotráfico). Ahí conoció a varios presos
políticos que les aplicaban la tortura física y psicológica, les obligaban a
presenciar el martirio propinado al resto de detenidos.
Según
narra Dávalos, las celdas del Ministerio del Interior tenían la dimensión de
dos metros de largo por uno de ancho, en ese espacio encerraban a dos o tres
presos. De esa manera conoció a Damy Cuentas con quien planificó escapar, idea que
quedó frustrada porque Cuentas delató el plan a los militares a cambio de salir
en libertad, además le dieron el cargo de agente civil de la dictadura. Este
hecho, agrietó aún más el mal humor de los agentes de inteligencia, el capitán
Mena ordenó que lo agarren y tiren por la venta, cuando hacían el ademán de
lanzarlo, Guillermo no opuso resistencia “yo por mi cuenta me lanzaba al vacío,
en esos momentos no me importaba morir. Me agarraron al comprender mi intención”.
El
20 de abril lo transfieren junto con varios aprehendidos a una casa – cárcel
ubicada en la zona de Sopocachi Alto, en la calle Jaime Zudáñez Nº 1170. En un
closet de un metro de ancho por uno de largo colocaban a una pareja, tanto en
la planta alta como en la baja. Los encerraron con llave en absoluta oscuridad,
únicamente salían cuando era el turno de la tortura a cargo del capital Mena,
quien –en opinión de Dávalos- le importaba más la tortura que el
interrogatorio. Con todo, de algún modo, los custodios guardaban cierta
humanidad con los presos a quienes conversaban y compartían información sobre
la situación del país.
Durante
la segunda semana de mayo planifican otro intento de fuga, esta vez se concreta
a medias porque de los cuatro que intentaron burlar la seguridad, uno escapa y
se refugia en la embajada de México. Como es de suponer, el castigo se
intensificó contra los tres que quedaron. “La peor parte de la tortura la llevó
uno de mis compañeros que estuvo a punto de perder un ojo por los golpes. Antes
le habían frotado virutilla metálica en la cara”.
Días
después, Mena le dice que si hasta el 20 de mayo no informa sobre los planes
del ELN lo fusilarían. Cuando llegó el día, lo llevan al Ministerio del
Interior, pero al encontrar la misma negativa lo devuelven a la casa de
Sopocachi. Cuatro días después, el capitán Mena, junto a otros oficiales del
ejército, ordena sacar de la celda a Dávalos y a su compañero, los llevan al
patio, cubren sus ojos y los asientan frente a la pared, Mena pregunta si
tenían algo que decir, ante su silencio, procede el simulacro de fusilamiento.
Solo
podían conversar cuando iban por la noche al baño, en ese lapso, y por cuatro
días consecutivos, planean escapar. Tomaron en cuenta las características de la
vivienda que ofrecía todas las facilidades para este fin, igualmente, siguieron
a detalle la rutina de los guardias. Sin embargo, tuvieron que adelantar el
plan ante la sospecha del inminente fusilamiento corroborada por la versión de
los custodios.
Llegó
el momento de ejecutar la huida. Aprovecharon el momento para salir al baño, en
eso, uno de los presos se recuesta en un sofá y finge dormir profundamente, los
otros dos continúan conversando, en tanto observan que las metralletas están en
un rincón de la habitación. “Era nuestra última oportunidad, nuestro
pensamiento era uno solo: aprovechar la providencial oportunidad”.
El
que conversaba con Guillermo encima a uno de los guardias, lo mismo el que
fingía dormir, Dávalos coge las metralletas y apunta a los guardias a quienes
encierra en las celdas y ordena a los custodios que los acompañen. Eran las
siete y media de la mañana, agarraron un taxi –sin soltar las metralletas-
piden que los lleven a la embajada de Perú. En el lugar ingresan abruptamente
para pedir asilo político.
El
hecho se hizo público gracias al pedido de salvoconductos por parte del
embajador peruano para los tres refugiados, el gobierno de Banzer dijo que se
trataba de presos por delitos comunes, por lo que se niega –en un primer
momento- a aceptar la solicitud, empero, ante la presión del vecino país, les
entregan los salvoconductos. La noticia llegó a oídos de la madre de Gustavo
quien, al enterarse que su hijo estaba arrestado por la dictadura, sufrió un
paro cardiaco. Murió al día siguiente.
El
TESTIMONIO DE UN TORTURADO, aclara que este documento solo es una prueba más de
uno de los cientos de torturados y asesinados por la dictadura de Banzer.
Gustavo Dávalos, recuerda la muerte de 30 personas (entre estudiantes y
dirigentes sindicales) durante la toma de la Universidad Gabriel René Moreno el
19 de agosto de 1971. “En Cochabamba murió una joven revolucionaria, Cecilia
viuda de Paz y el periodista Oscar Núñez”, así da cuenta de otros casos que
terminaron en el asesinato de muchos bolivianos que resistieron a la dictadura.
Por
último, se refiere al docente de la Universidad de San Francisco Xavier y ex
director del Instituto de Sociología Boliviana, Roberto Alvarado Daza. Una vez
detenido en las celdas del ejército, sufrió un paro cardiaco y murió por falta
de auxilio, es decir, lo dejaron morir. “Murió en el trayecto de las prisiones
de Achocalla y Viacha (La Paz)”. Cuando se consultó sobre el tema al ministro
del interior, Adett Zamora, dijo que menos pregunta Dios y perdona.
Hugo
Banzer Suárez fue presidente dictador desde 1971 a 1978, un año después funda
su partido Acción Democrática Nacionalista. Gana las elecciones generales de
1985 por estrecho margen, pero decide apoyar al Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) para que Víctor Paz sea el nuevo presidente. En 1989,
forma coalición con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En 1997 Banzer
es posesionado como presidente constitucional al recibir el apoyo del MIR,
Conciencia de Patria (CONDEPA) y Unidad Cívica Solidaridad (UCS), muere impune
antes de concluir su mandato en 2002.
El
único intento por procesar a Hugo Banzer por los asesinatos durante su gobierno
militar, estuvo liderado por Marcelo Quiroga Santa Cruz, a quien lo mataron el
17 de julio de 1980 cuando se produjo el golpe de Estado de García Mesa.
Javier
Calvo V.
Sucre,
14 de septiembre de 2021
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